Por Maxwell D. Dotson, activista, empresario norteamericano
En enero de 2014, el Presidente del Consejo de Administración de Un nundo, una comunidad (OWOC), arzobispo Atenágoras de la Arquidiócesis Ortodoxa de México, me invitó a que lo acompañara a La Habana, Cuba para mi primera visita. La ocasión fue el 10mo Aniversario de la Consagración de la Iglesia de San Nicolás en la Habana Vieja. La Iglesia se encuentra ubicada en un sitio declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, un regalo del gobierno cubano. Es un edificio soberbio, equipado con los mejores muebles hechos a mano en Grecia.
Esta oportunidad, entre otras experiencias durante mi tiempo trabajando en conjunto con Su Eminencia, me ha dado la oportunidad de ser testigo de primera mano del enorme beneficio que los cubanos han disfrutado de su sistema médico. También he encontrado que el pueblo cubano tiene un profundo amor por los Estados Unidos, un fuerte vínculo entre uno y otro, y una población saludable debido a su sistema médico excepcional.
Aquí en casa, mucho se ha dicho – y mucho, probablemente, seguirá siendo dicho – sobre Cuba en los próximos meses. Ya sea sobre el levantamiento del embargo, la resolución de las tensiones políticas con los Estados Unidos, la inmigración, los coches clásicos, la oportunidad económica o de cualquier otro tema que rodea el estado de la Isla. Uno de los temas menos obvio es el sistema de salud excepcional de Cuba y su distribución de médicos para enfrentar crisis humanitarias en todo el mundo. Cuba tiene un enfoque fuerte y eficaz en la medicina preventiva, que tiene sus raíces en la década de 1960 con la creación de el Servicio Médico Rural en el que se alistaron 750 médicos comprometidos con la revitalización de las redes de salud para los pobres y para aquellos que se encontraban alejados de los centros urbanos.
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