Recuerdos y homenajes a las Madres en Cuba
Wilkie Delgado Correa
Las madres son engendro y parto de toda la humanidad
En ocasión del Día de las Madres, celebración de larga tradición histórica desde mucho antes que se fuera estableciendo por iniciativa de una estadounidense en el siglo XX, y fecha muy significativa para los hijos sentimentalmente bien nacidos, me permito referirme a este asunto de la vida humana, porque ellas son engendro y parto de toda la humanidad. Razón tenía José Martí al expresar esta esencia: “La madre, esté lejos o cerca de nosotros, es el sostén de nuestra vida. Algo nos guía y ampara mientras ella no muere. La tierra, cuando ella muere, se abre debajo de los pies”. Y también Máximo Gómez expresó acertadamente: “Arrullándonos a besos desde la cuna – las mujeres depositan en nuestra alma la dulzura y el amor”.
Así que en este día llegue hasta su lejana tumba el sentido y doliente homenaje a quien además de madre, desde mi niñez empezó su labor de maestra casera y de pedagoga sui generis desde su sapiencia natural, tal vez de tercer grado de primaria, incitándome a realizar sucesivas lecturas en voz alta durante las noches, a la luz de una lámpara, hasta que lograra la fluidez expresiva, prometiéndome como premio algunas golosinas y hasta las más ínfimas monedas que la pobreza permitía en el barrio rural. Y después en la juventud y la adultez, en la cercanía o las distancias, estuvo siempre presente en cartas o anotaciones en una pequeña libretita, escritas con sus letras irregulares pero con ciertos ribetes poéticos. Y lógicamente, la alegría explosiva durante las oportunidades de reencuentros “con su hijo querido”. Su nombre real es Felicidad.
La otra madre de mi esposa y mía se incorporó por azar en los años juveniles como trabajadores del mismo centro de salud en la ciudad primada, y fue tan acogedora y cariñosa que tanto durante los años de cercanía y de distancias se mantuvo como madre sentimental. Tal vez nadie fue tan generosa como ella en ofrecer a los otros los pobres recursos materiales con que contaba y premiado con aquel gesto sonriente de madre pródiga. Ya en la vejez y con achaques, un día la conversación con ella derivó hacia una confesión íntima cargada de filosofía existencial, y que en ese mismo instante me asaltó con un raro presentimiento de despedida. Fatalmente quiso dejar de existir al día siguiente. Nadie la llamaba por su nombre verdadero, pues para todos era simplemente Altica o Alta.
El turno del homenaje personal es para la madre de mis hijos y mi compañera de vida y de sueños y realidades, que consagró su vida a los hijos, a los cuales defendía como nadie puede imaginarse ante cualquier circunstancia, prodigando su amor hasta el sacrificio. Y de repente se fue silenciosa. Aún duele su desaparición física. Se llama Ana y la mayoría de sus conocidos la trataban como Anita. (1943-2019) Esto escribí al año siguiente: A modo de despedida después de estas largas confesiones, te diré que mientras yo recuerde o sueñe tu sonrisa, pícara o ingenua, todavía estarás viva. Sí. ¡Aún vives, vida mía! Así que brindemos por los días vividos. Pero ya sé. Todo se irá. También nosotros. Pero tal vez queden tu sonrisa y tu mirada y las mías en una foto vieja si alguien la conservara en los lejanos tiempos futuros. ¿Cómo pedir más en esta vida?
La humanidad ha establecido determinados valores por los cuales la tierra amada, la Patria, es reconocida sentimentalmente como Madre mayor y por la cual se está en disposición de dar la vida en una entrega sublime. Por ella son capaces de vivir y morir los hombres e incluso pueblos enteros.
También existen mujeres y por lo tanto madres que encarnaron lo mejor de su género en la historia de la Patria. Pero en el largo proceso histórico cubano del siglo XIX y XX hay nombres de ilustres y humildes mujeres que por sí mismas o por sus hijos merecen homenajes colectivos de parte del pueblo cubano por sus contribuciones a Cuba y que merecen destaque inevitable en esta celebración del Día de las Madres.
Hoy quisiera destacar solo a tres de ellas cuando podrían citarse cientos y miles, con significaciones variables.
La primera, reconocida por todos los cubanos, es la madre de los Mayores Generales del Ejército Mambí Antonio y José Maceo y de una gran prole: cuatro hijos con su primer esposo y otros seis varones y tres hembras con su segundo esposo. Hoy es venerada con el título de Madre de la Patria. Es Mariana Grajales (1815-1893). Sobre ella José Martí escribió a su hijo Antonio Maceo: “Ahora volveré a ver a una de las mujeres que más han movido mi corazón”.
La otra es la madre de José Martí, el primogénito, Apóstol y Héroe Nacional de Cuba, y otras seis hijas. Por amor recriminaba a su hijo porque aspiraba para él una felicidad que pensaba no podría conseguir por la vida de sacrificio que había escogido desde adolescente. Se llama Leonor Pérez (1828-1907) Sobre ella escribió como dedicatoria en un ejemplar de “Versos libres”: “A mi madre valiente y nobilísima”. Y cuanto faltaban dos meses para su caída en combate, le escribió esta carta reveladora de toda su esencia existencial. “Madre mía: Hoy, 25 de marzo, en víspera de un largo viaje, estoy pensando en Vd. Yo sin cesar pienso en Vd. Vd. Se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Vd. Con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre. Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros. ¡Ojalá pueda algún día verlos a todos a mí alrededor, contentos de mí! Y entonces sí que cuidaré yo de Vd. con mimo y con orgullo. Ahora, bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición”.
La tercera es la esposa del Mayor General Máximo Gómez, con quien tuvo once hijos, cuatro murieron siendo niños, seis sobrevivieron y uno, Francisco (Panchito) murió en combate junto a Antonio Maceo el 7 de diciembre de 1896. Ella se llama Bernarda del Toro y era y es conocida por Manana (1852-1911). José Martí en carta a Bernarda de 11 de abril de 1895 se refiere a los diez años de ella en la guerra de 1868 y a sus hijos. Y concluye: “Y por Vd. Manana, aunque no fuera por él, querré y miraré siempre al compañero de su vida”.
Así que, estimados lectores, espero que este mensaje sentimental les llegue de alguna manera a la mente y al corazón. Las madres hoy y mañana merecen mucho más. Y por favor, mediten en estas ideas: “Arrullándonos a besos desde la cuna – las mujeres depositan en nuestra alma la dulzura y el amor”. Y las madres son engendro y parto de toda la humanidad
Doctor en Ciencias Médicas. Doctor Honoris Causa. Profesor titular y Consultante. Profesor Emérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba. Premio al Mérito Científico por la obra de la vida.
9-5-24