Por: Wilkie Delgado Correa*
Vivimos en una época presidida hasta el momento por la pandemia de la COVID-19, que origina un amplio espectro de conceptos, fenómenos, estrategias sanitarias, políticas estatales, juicios y posiciones de los individuosy grupos sociales sobre la epidemia y su control por las vacunas y otros tratamientos.
Desde tiempos remotos las epidemias han infligido grandes sufrimientos y pérdidas de vidas a los pueblos y al conjunto de la humanidad. Y en todas las épocas las sociedades han procurado salvaguardar la salud y la vida. Ninguna aceptó pasivamente ese factor letal y todas lucharon por preservar a los seres humanos y a los animales de las enfermedades que diezmaban poblaciones enteras. Los científicos en diversas ramas aportaron lo mejor de su intuición, imaginación y constancia. Fue así que, a fines del siglo XVIII, y principalmente en los siglos XIX y XX se descubrieron las vacunas contra enfermedades específicas que mitigaron o erradicaron las epidemias correspondientes: Para mencionar algunas, en 1796 contra la viruela, en 1885 contra la rabia, en 1892 contra el cólera, en 1896 contra la fiebre tifoidea, en 1921 contra la tuberculosis, en 1923 contra la difteria, en 1924 contra el tétanos, en 1937 contra la fiebre amarilla y en 1960 contra la poliomielitis.
Si en todo este largo tiempo transcurrido desde la aparición de la primera vacuna, contra la viruela, gracias al ingenio del médico inglés Edward Jenner en 1796, las inmunizaciones con sucesivas vacunas descubiertas han salvado de las enfermedades y la muerte a millones de personas, hoy es un contrasentido suicida que miles o millones de personas se manifiesten contra las vacunas anti-COVID-19 por razones diversas. Hoy también es una expresión de la desigualdad mundial la diferencia existente en la administración de las vacunas entre los países ricos y pobres. Hoy se desconoce, a pesar del éxito extraordinario que supuso el descubrimiento rápido y eficiente de las vacunas contra el virus de la COVID-19, cuántos millones de personas más enfermarán o morirán a consecuencia de la pandemia. El saldo hasta hoy, según la OMS, es de más de 332 millones de casos confirmados por pruebas de laboratorio y más de 5,5 millones de muertes relacionadas con la enfermedad.3
Como el próximo 28 de enero se cumplirá el 169 aniversario del natalicio de José Martí y Pérez, Héroe Nacional de Cuba, político revolucionario, escritor y poeta, cuya existencia transcurrió entre (28-1-53 – 19-5-95), es pertinente señalar que fue un observador fecundo de su época y aunque su vida estuvo signada por su vocación política intrínsecamente vinculada a la independencia de Cuba y a su amor patrio, el tema de la medicina, en su sentido integral, le acompañó durante gran parte de su corta existencia. Resultan de gran importancia su definición conceptual y su visión sobre el estado y desarrollo de aspectos relacionados con la salud individual y pública, las enfermedades y epidemias, los tratamientos farmacológicos y aplicaciones de vacunas, los descubrimientos novedosos en estos campos, la responsabilidad de las autoridades públicas y del Estado en solucionar los problemas sociales y sanitarios, etc.1
Algunos hitos sobre estos asuntos son reveladores de sus visiones y convicciones.
En 1883, en una crónica para La Nación de Buenos Aires, 2 Martí describe los efectos del cólera sobre la población infantil, a la vez que enfatiza la responsabilidad y deber del Estado en la solución de este problema. Este asunto del efecto del cólera y el drama social lo reitera en 1884.3
“…allí, como los maizales jóvenes al paso de la langosta – afirma Martí – mueren los niños pobres en centenas al paso del verano. Como los ogros a los niños de los cuentos, así el cholera infantum les chupa la vida; una boa no los dejará como el verano de New York deja a los niños pobres, como roídos, como mondados, como vaciados y enjutos. Sus ojitos parecen cavernas; sus cráneos, o cabezas calvas de hombres viejos; sus manos, manojos de yerbas secas. Se arrastran como los gusanos; se exhalan en quejidos. ¡Y digo que éste es un crimen público, y que el deber de remediar la miseria innecesaria es un deber del Estado!” 4
Esta última idea es coherente con otras ideas sustentadas desde 1875. En un artículo publicado el 4 de septiembre en la Revista Universal de México 5, relacionaba las condiciones de miseria como causa de la mortalidad y la interacción de las condiciones del medio ambiente en el proceso de salud y enfermedad con el deber de los funcionarios públicos y de las instituciones representativas de ocuparse y dar atención a estos problemas graves que afectan a la comunidad: “No es bueno que el Ayuntamiento desdiga a los que le recuerdan su deber. Es que en los barrios pobres, en que la muerte vestida de miseria está siempre sentada en los umbrales de las casas, la muerte toma ahora forma nueva; se exhalan miasmas mortíferas de la capa que cubre cenagosas extensiones de agua; respírase como cuando el aire pesa mucho, o cuando falta mucho aire, y este pobre pueblo nuestro, tan débil ya por su hambre, su pereza y sus vicios, sufre más con los estragos de esa muerte vagabunda, que vive errante y amenazadora en todas las pesadas ondulaciones de la atmósfera.
“No es que la prensa se querella por hábito o manía: es que mueren más los pobres por el descuido incomprensible del Ayuntamiento. No es esta cuestión fácil que puede desentender el municipio: es cuestión de vida, gravísima, inmediata, urgente… ¿Por qué, en el centro de la ciudad, donde los aires puros no corren fácilmente, repugnan a los ojos y estorban la respiración y se aspiran elementos dañosos en las miasmas que se desprenden de las extensiones de agua estancada, cubiertas por una capa verdosa de sustancia corrompida? Daña tener que ocuparse en esto, como daña a la reputación del Ayuntamiento no haberse ocupado en ello ya. No es que hace a la corporación municipal favor gratuito con reparar las calles, cuidar los paseos, y favorecer empeñosamente las condiciones higiénicas de la ciudad: es que para esto fueron los miembros de la corporación ensalzados al puesto que ocupan…” 5
En 1884 se refiere al desarrollo de los conocimientos epidemiológicos con apuntes sobre insectos como vectores de enfermedades. Al respecto apunta: “Sábese que los insectos son portaepidemias. Es corriente entre médicos la creencia de que los mosquitos y otros animalillos de su especie transmiten y diseminan las enfermedades contagiosas: un buen médico de Georgia publica ahora hechos que estiman pruebas de la agencia activa de los mosquitos e insectos semejantes en el desarrollo de la fiebre amarilla. Aboga porque los actuales cordones sanitarios imperfectos, por entre cuyas filas y sobre cuyas zonas vuelan ahora los diminutos y poderosos agentes de la fiebre, se completen con la creación de cordones de fuego que detengan en su paso a los funestos mensajeros.” 6
Es posible que en esa época Martí desconociera que, en la Conferencia Sanitaria Internacional de Washington celebrada en febrero de 1881, el médico cubano Carlos J. Finlay, señaló el medio de transmisión de la fiebre amarilla, y el 14 de agosto del mismo año presentó en la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana su trabajo “El Mosquito, hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla”, en el que expuso su descubrimiento científico. Al respecto, pienso que Martí fue el cronista que le faltó a Finlay para propagar su hipótesis científica sobre el papel del mosquito en la transmisión de la fiebre amarilla.
En la Sección Constante, de la Opinión Nacional de Caracas, Martí publicó artículos desde el 4 de noviembre de 1881 al 15 de junio de 1882, en los cuales reflejó temas diversos entre los cuales sobresalieron los científicos, y dentro de estos los referidos a aspectos diversos relacionados con la medicina. Se puede constatar de qué manera tan especial Martí seguía los avances más notables de la medicina de su época, de cómo expresaba su dominio sobre temáticas médicas diversas, con su nomenclatura particular, qué afán ponía en la divulgación de los logros científicos principales, y de cómo llegó a conceptuar los problemas y tendencias médicas de su tiempo y del porvenir.
El 11 de noviembre de 1881 reporta que los aportes científicos del Louis Pasteur (1822 – 1895), uno de los hombres más prominentes de la ciencia y la humanidad. “M. Pasteur ha hecho, y comunicado ante el Congreso médico en Europa, utilísimos descubrimientos sobre los gérmenes de las enfermedades. En los ganados ha logrado resultados sorprendentes, librándolos por la inoculación, de la epidemia conocida (…) por ántrax (…) estudia ahora los gérmenes de la fiebre amarilla.” 7
En nota del día siguiente retoma el tema: “M. Pasteur ha leído al Congreso Médico Internacional un folleto para probar que muchas enfermedades que se convertían en peste de los animales, se previenen por medio de la nueva vacuna o sea la inoculación fluido diluido (…)”
Vale la pena resaltar la pregunta contenida en esta frase de Martí: “¿Cuándo se descubrirá la inoculación contra la fiebre amarilla?”8, que tendría respuesta 56 años después, pues la vacuna definitiva contra la fiebre amarilla se descubrió en 1937, gracias al científico Max Theiler
El 13 de febrero de 1882 comenta los estudios científicos realizados que apuntan hacia la propagación de determinadas enfermedades “por la existencia en el aire que respiramos de animálculos invisibles y envenenadores (…). La especie peligrosa desaparece casi totalmente en la época de lluvias, y dobla su número durante la seca. Concuerdan con exactitud estos ascensos y descensos con los de las enfermedades epidémicas en las diversas estaciones.” 9
El 14 de junio de 1882 escribe una larga nota sobre Pasteur. Entre otras cosas, afirma: “…Nadie ha hecho más que Pasteur, por sacar de la ciencia recursos para aliviar los dolores de los hombres. Con generosa caridad, ha estudiado celosamente los orígenes desconocidos de muchas enfermedades extrañas y mortíferas en los animales y los hombres (…) De la averiguación de la existencia de esos cuerpos orgánicos, que, llevando vida en sí, pueden empobrecer y arrebatar la vida de los demás seres vivientes, Pasteur, movido de su alma generosa, se consagró a estudiar los estragos que esos animalillos causan en el organismo de los hombres y de los animales, y a combatirlos. Por él se supo que todas las enfermedades contagiosas son producidas por gérmenes, y Pasteur vio que, cultivando esos gérmenes de enfermedad, e inoculando suavemente en nuestros cuerpos una parte de ellos, los más fieros ataques de las enfermedades que ellos producen serían luego impotentes para arrebatarnos la vida, como sucede con la viruela, a contener los estragos de lo cual basta una buena vacuna. Y lo que Pasteur aconseja es eso: otra clase de vacuna: la aplicación del mismo sistema a diversas enfermedades (…) Pasteur ha confirmado por experiencias en ovejas y otros animales que es posible el medio de salvación que propone: no hay hombre notable en la ciencia médica que no esté hoy preocupado con el medio de aplicar y aumenta r estos descubrimientos.” 10
El 15 de noviembre de 1881 apunta: “¡Cuántos remedios se han anunciado con grande encomio contra la tisis, que viene a veces de descuidar una sencilla enfermedad pulmonar, y a veces de dejar crecer la imaginación, a un extremo tal que anonada y devora el cuerpo que la encarrila! Los periódicos de ciencia de Alemania hablan ahora de algunas curaciones…” 11
El 5 de junio de 1882, comenta: “Venían muriendo y mueren abundantemente, los italianos de pellagra, sin que los médicos diesen con las causas de este mal terrible, que nada ataja luego que ha prendido en un cuerpo humano y que sólo puede ser combatido en sus orígenes. Parece que al cabo se ha dado con la causa del mal, un mal de veras terrible. El médico Lambrosso ha hecho investigaciones pacientísimas, en amigos suyos, en perros y en ovejas. Ha hallado al fin que la causa de la pellagra es el maíz enfermo. Lambrosso ha descubierto que una tintura de ese maíz enfermo contenía un alcaloide semejante a la estricnina. La infusión de esta tintura en animales y aún en personas, ha producido en grado correspondiente a la cantidad inyectada, los síntomas de la pellagra (…). El uso del arsénico ha servido de mucho al médico en el tratamiento de esta enfermedad, verdadero azote de las campiñas de Italia.” 12
El 14 de diciembre de 1881 reporta que “La Academia de Ciencias de París en una de sus últimas sesiones, tuvo conocimiento de una serie de inventos útiles y curiosos (…) vino M. Galtier, profesor de la Escuela Veterinaria de Lyon, que tiene la firme esperanza de haber descubierto un procedimiento de vacuna contra la rabia.” 13
El 18 de abril de 1882 apunta que: “Murieron de hidrofobia muchos desventurados en el verano de 1881 en París, y el departamento del Sena encargó a un médico que propusiese las medidas más importantes para la prevención del contagio de ese mal, ciertamente terrible.” Y acto seguido Martí refiere las medidas que a tales efectos se recomendaron, consistentes en un lavado cuidadoso de la herida, ligadura del miembro herido y cauterización profunda. 14
En conclusión, José Martí, como esclarecido personaje de su siglo supo poner en la mira de sus conocimientos y sensibilidad las experiencias que en torno a las enfermedades y las principales epidemias eran problemas urgentes de su tiempo. Hoy esa actitud mantiene su vigencia, pues la humanidad necesita como siempre de salvadores. Es un homenaje a José Martí en esta época el descubrimiento y aplicación de cinco vacunas cubanas contra la COVID-19 que han demostrado su eficiencia.
- Delgado Correa Wilkie. José Martí y la Medicina, editora Política, La Habana, 2000,1. 2. José Martí: Obras completas. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963. (OC, 8-410-411) 3. (OC, 9-458-459) 4. (OC, 13-488-489) 5. (OC, 9-458-459) 6. (OC, 8-430-431) 7. (OC, 23-73) 8. (OC, 23-76) 9. (OC, 23-197) 10. (OC, 23-313-315) 11. (OC, 23-80) 12. (OC, 23-311) 13. (OC, 23-114) 14. (OC, 23-268)
* Doctor en Ciencias Médicas y Doctor Honoris Causa. Profesor Titular y Consultante. Profesor de Mérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba.