“Lo que quede de aldea en América ha de despertar” adelantó José Martí en el lejano año de 1891, cuando aun cercanos los tiempos de las luchas libertarias de la primera independencia, avizoraba ya la fuerza imperial que desde el norte aprestaba su carácter expansionista; la visión diáfana de Martí le permitió adelantar que “el desdén del vecino formidable (…) es el peligro mayor de nuestra América” y advirtió con la premonición solo posible de los que captan las esencias de la historia y sus procesos “que el día de la visita está próximo”. Mal que conoció América la llegada en estampida económica y militar del que comenzaba a ser poder hegemónico de los Estados Unidos. Mancillaron la soberanía de nuestras repúblicas, nos subordinaron como “patio trasero” de sus intereses, nos avasallaron con su egoísmo, esquilmaron nuestras riquezas, nos vendieron a Mickey y a Superman como símbolos de una cultura ajena y, cuando alguno de nuestros pueblos levantó su voz de rechazo reivindicando nuestros derechos, no vacilaron en enviar sus armadas o en mantener frente a los gobiernos verdaderos sátrapas y dictadores que hicieron del crimen su modo de actuar en contubernio con las burguesías dependientes. Solos y aislados nuestros pueblos estaban condenados.
El tránsito histórico hacia la integración latinoamericana, de hecho ya una tendencia, contradictoria y compleja pero en ascenso en la conciencia y práctica de nuestros pueblos, fue advertido por Martí y expresado en el llamado de que “los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos”,… “para que no pase el gigante de las siete leguas”. Hoy nuestra América mestiza hace suyo el llamado de Martí en un contexto que anuncia un cambio de época.
1. José Martí, Nuestra América. Obras Completas, t. 6, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p.15.
2. Ïdem.
Por: MsC. Lisandro Bonilla Deibe