Por; MsC. Zoraida Enríquez O’Farrill
Al amanecer del 4 de marzo de 1960 en el puerto de La Habana, ningún observador hubiese podido encontrar indicio alguno de que aquella fecha y aquel lugar se insertarían en la historia tanto por haberse realizado allí la mayor acción terrorista hasta entonces ejecutada por el gobierno norteamericano contra la naciente Revolución, con más de cien víctimas mortales y de cuatro centenares de heridos —una de las mayores de todos los tiempos—, como por haber con ello fundido en la conciencia nacional los conceptos de libertad y de patria, dando origen a lo que a partir de entonces —desde el sepelio de las víctimas, al día siguiente— ha sido bandera de combate del pueblo cubano: ¡Patria o Muerte!.
La intervención del líder de la Revolución Cubana Fidel Castro, en el sepelio de las víctimas, devino expresión de dolor e indignación, pero también de valoración serena y objetiva del suceso, de denuncia a los autores principales y de reafirmación de la voluntad de lucha del pueblo. Con argumentos irrefutables, la posibilidad de un accidente por mala manipulación de la carga como causa del siniestro fue totalmente descartada: para comprobarlo, granadas de las que el buque transportaba, arrojadas desde gran altura en las cajas que las contenían, no habían hecho explosión, a pesar de romper sus embalajes y rodar libremente por el terreno. Los responsables del siniestro eran quienes se habían opuesto a que aquellas armas llegasen al país. “Los interesados en que no recibiéramos esos explosivos”, expresó Fidel, “son los enemigos de nuestra Revolución, los que no quieren que nuestro país se defienda, los que no quieren que nuestro país esté en condiciones de defender su soberanía”, precisando aún más: “lo han dicho las propias autoridades norteamericanas, los propios voceros, los esfuerzos porque no se vendieran armas a Cuba”. Los mismos que hoy no quieren que nuestro país avance.
Aquel minuto luctuoso se convirtió en un momento de viril reafirmación resumido en las palabras de Fidel:
“Y no solo que sabremos resistir cualquier agresión, sino que sabremos vencer cualquier agresión, y que nuevamente no tendríamos otra disyuntiva que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria: la de la libertad o la muerte. Solo que ahora libertad quiere decir algo más todavía: libertad quiere decir patria. Y la disyuntiva nuestra sería: ¡Patria o Muerte!”