Como ha destacado el Profesor Lisandro, “El humanismo martiano, compacto éticamente, puede y debe constituir un modelo en la batalla por proteger y perfeccionar las conquistas sociales del pueblo cubano”.
Hoy más que nunca se precisa de una gran dosis de sensibilidad y espiritualidad para hacer realidad los cambios que se requieren.
La concepción del apóstol José Martí sobre este asunto no pudo ser más exacta: “… se necesitan más que nunca templos de amor y humanidad que desaten todo lo que hay en el hombre de generoso y sujeten todo lo que hay en él, de crudo y vil…” (Martí, X: 80)
Un hombre culto, sensible, con riqueza espiritual es capaz de aprehender la verdad, la bondad y la belleza en su expresión unitaria, en cualquier esfera donde se desempeñe, y está en condiciones de mirar su entorno con ojos humanos, ya sea, ante un teorema matemático, una fórmula química, una bella flor, una pieza musical, la salida y puesta del Sol, contemplar la Luna y el cielo estrellado y asumir el drama del hombre con compromiso social y ansias de humanidad. Una belleza que está, “…en la salud, en el amor sincero, en el trabajo, en la fuerza, en la naturaleza…” (Martí, XXII: 65)
Es imprescindible estimular, entre los profesionales de la salud, la idea de que no hay felicidad mayor que la de hacer un bien a los demás. Feliz es un médico cuando cura a un enfermo. ¿Por qué la bondad no va a conducir a la felicidad? Se trata, entonces de un profesional, que como sugiere Martí, concilie el amor y la belleza con sus conocimientos en su desempeño. Poner la ciencia y la poesía en armonía, ciencia y sentimiento, pues “el sentimiento es también un elemento de la ciencia” (Martí, IV: 250).
Lograr esta armonía es un perenne reclamo de la universidad médica, cuyo “deber ser” no es solo la formación de profesionales versátiles y con conocimientos sólidos orientados a actualizarse permanentemente con una visión más integral de su profesión, integradores de procesos en investigación y de real interacción social, sino ante todo la de ciudadanos, capaces de obrar, de seleccionar, de elegir a todos los niveles, capaces de apropiarse de los códigos propios de la contemporaneidad. Sobre todo por el ejercicio de la sagrada misión y la influencia cultural que ejerce el profesional hacia cada ciudadano, que se constituye en el misionero de la salud que demanda la mejor y más amplia preparación, sensibilidad y convicciones humanas.
Por. MsC. Zoraida Enríquez O’Farrill