Por: MsC. Zoraida Enríquez O’Farrill
José Martí, abordó de manera profunda y visionaria la realidad de su tiempo histórico, y elaboró su proyecto revolucionario en correspondencia con el mundo cambiante y muy desigual que apreciaba, en el momento en que irrumpe en escena el naciente imperialismo norteamericano, acompañado de un irrefrenable apetito expansionista sobre las naciones de América Latina y el Caribe, como paso previo para su penetración y dominio hemisférico.
Los documentos fundacionales del Partido Revolucionario Cubano recogen en síntesis apretada los conceptos básicos de fines y métodos planteados por Martí, así como su percepción de los peligros que la época histórica planteaba a la revolución cubana y su papel en el continente, conceptos que serían ampliados en diversas oportunidades, especialmente a través de sus trabajos en el periódico Patria.
Las concepciones martianas de la Revolución de 1895 parten de la búsqueda de la unidad de todas las fuerzas bajo la conducción de un partido revolucionario para librar la guerra necesaria, breve y generosa, que evitara el peligro real de la expansión de EU sobre Cuba y el resto del Caribe y de América Latina, para fundar una república democrática, laica, en interés de los trabajadores y de otros sectores sociales, donde la ley primera fuera el culto a la dignidad plena del hombre.
Al mismo tiempo que Martí busca la simpatía del pueblo norteamericano para la causa cubana, prevé y se opone con fuerza a la intervención de Estados Unidos en la guerra, denuncia los propósitos dominantes del imperio, y combate resuelto contra las diferentes posiciones del anexionismo, por constituir un serio peligro y un obstáculo para la labor revolucionaria.
Las claras posiciones antianexionistas quedaron expuestas en varios momentos y trabajos publicados. En El remedio anexionista, artículo publicado en Patria, Nueva York, el 2 de julio de 1892 [1] señala que la idea de la anexión, por causas naturales y constantes, es un factor grave y continuo de la política cubana, y argumenta la necesidad de la guerra generosa de independencia como remedio inmediato a un mal inmediato, que aprecia la anexión de Cuba a los Estados Unidos, nación con miras de factoría y de pontón estratégico, a la vez que distingue a los anexionistas de buena fe y critica a quienes no creen en las fuerzas de su país.
Y en la carta a su amigo Manuel Mercado[2], del 18 de mayo de 1895, declara su certeza de que ya en lo fundamental la guerra no es solo contra el ejército español, sino contra las maniobras de los Estados Unidos. A ello se refiere cuando dice: “En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente”, y sobre todo “a tiempo”.
En efecto, es necesario, precisa Martí; impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan los EEUU y caigan con fuerza sobre nuestras tierras de América.
Los hechos de la Guerra Hispano-cubano-norteamericana revelaron, con sus tremendas consecuencias, que la intervención no era otra cosa que el primer paso de la ocupación militar del país, el dominio de las tropas yanquis sobre el territorio conquistado. El Tratado de París, el 10 de diciembre de 1898, en el cual, a espaldas del pueblo de Cuba, se acordó que España renunciaba a todo derecho de soberanía y propiedad sobre la isla y la evacuaría, constató que las premonitorias advertencias martianas eran exactas. Se frustraba así la independencia de Cuba y se adueñaban de Puerto Rico.
Al conmemorar este 19 de mayo, 127 años de la caída en combate del Apóstol, sus ideas siguen siendo faro de luz para hacer frente a las maniobras de ese monstruo, el mismo, aunque con otros colores y ropaje, que hoy sigue bloqueándola y amenazándola. Como nunca antes, es aún más urgente enfrentar sus maniobras y prevenir, impedir, y hacer frente a la manipulación y la desinformación.
[1]Martí, J. Obras Completas. Edición digital, CEM, 2002, Vol. 2, pp. 46
[2]Martí, J. Obcit, Volumen 4, p 167