Por: MsC. Zoraida Enríquez O’Farrill
El 24 de febrero de 1895, dio continuidad a “la revolución de independencia, iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta,”1, a partir de la ardua labor de José Martí, que había logrado sumar voluntades, legar al olvido rencores y pasados errores e imprimir nuevas fuerzas a los sentimientos que latían dentro y fuera de Cuba por la total independencia.
En su discurso el 10 de octubre de 1887 Martí señalaba: “…Nosotros unimos lo que otros dividen. Nosotros no morimos. ¡Nosotros somos las reservas de la patria!..”2 Y desde esa convicción concibió el proyecto político de la guerra, que rebasaba la concepción nacionalista de independencia para defender a los pueblos latinoamericanos y caribeños de la incipiente voracidad expansionista de los Estados Unidos de América y abrir el camino de la integración, ello es evidente en el Manifiesto de Montecristi, donde se expresa:
“… La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de
cruzar, en plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de
gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo…”3
La Guerra necesaria concluyó en 1898 con la intervención norteamericana y la consiguiente frustración de los ideales martianos pero, gracias a la articulación del pensamiento revolucionario que palpitó en los corazones de sus mejores hijos, Cuba siguió uniendo voluntades, sin lo cual no hubiera sido posible el triunfo de enero de 1959, y la obra revolucionaria que ha logrado.
1 Martí, J. Manifiesto de Montecristi. En Cuadernos Martianos III Preuniversitario. Selección de Cintio
Vitier, Editorial Pueblo y Educación, 1996:192-199.
2 Martí, J. discurso el 10 de octubre de 1887.
3 Martí, J. Manifiesto de Montecristi