Con el ejemplo y la prédica martiana; ni ciegos ni desleales.

Por: MsC Zoraida Enríquez O’Farrill

Tras la muerte de Martí en combate el 19 de mayo de 1895,  y los sucesos que se desencadenan desde 1898 con la intervención estadounidense corroboran la lucidez del guía revolucionario. Este pasado plantea advertencias necesarias hoy, que hay que decir una y otra vez sin temor a repetir, para restar excusas a quienes prefieren ignorarlas.

Los “ciegos y desleales” que José Martí repudió en su tiempo tienen continuadores hoy, y quién sabe hasta cuándo. Las evidencias de los acontecimientos de los últimos días no indican ingenuidad, en medio de las campañas de subversión e intoxicación ideológica promovida por agencias y entidades de los Estados Unidos.

Lo destacó recientemente el Presidente Díaz-Canel en la clausura del VIII Congreso del Partido al referirse a la peligrosa guerra abierta a la razón y los sentimientos, que llevan a cabo los sociópatas con tecnología digital incitando descaradamente a la profanación de símbolos y de los hechos y espacios más sagrados de la historia patria.

Desde su temprana juventud, en 1871, Martí señaló diferencias básicas entre Cuba y los Estados Unidos. En el cuaderno de apuntes numerado 1 en sus Obras completas, escribió: “Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento. –Nosotros posponemos al sentimiento la utilidad”.

Con esa luz crecería su pensamiento, y combatiría las falacias anexionistas desde dentro de aquella nación, donde vivió cerca de 15 años, durante los cuales caló en su estructura: “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas, y mi honda es la de David”, escribió en su carta póstuma a Manuel Mercado.

Sabiendo cuán dañinas podrían ser por su influencia antipatriótica, entreguista, es que concibió la fundación del Partido Revolucionario Cubano. En 1882 escribió: “Pero si no está en pie, elocuente y erguido, moderado, profundo, un partido revolucionario que inspire, por la cohesión y modestia de sus hombres, y la sensatez de sus propósitos, una confianza suficiente para acallar el anhelo del país– ¿a quién ha de volverse [Cuba], sino a los hombres del partido anexionista que surgirán entonces? ¿Cómo evitar que se vayan tras ellos todos los aficionados a una libertad cómoda, que creen que con esa solución salvan a la par su fortuna y su conciencia? Ese es el riesgo grave. Por eso es llegada la hora de ponernos en pie”.

Con “Vindicación de Cuba” impugnó enérgicamente injurias anticubanas publicadas en diarios estadounidenses. Pronto las refutó, consciente de que hay ilusos a quienes seduce el esplendor material del vecino pero debe saber lo que la nación vecina piensa de él, preguntarse si es respetado o despreciado por aquellos a quienes pudiera pensar en unirse, y meditar si le conviene favorecer la idea de la unión, cuando su vecino insulta su virtud y desprecia su carácter.

Las previsiones martianas han quedado avaladas en la historia desde la realidad impuesta por la intervención con que los Estados Unidos frustran la independencia de Cuba y se adueñan de Puerto Rico

Tras más de 60 años intentando asfixiar a la Revolución Cubana con agresiones armadas y un férreo bloqueo que cada vez se hace más cruel, el imperio busca parecer que abre caminos para beneficiar a Cuba.

Como a finales del siglo XIX, la anexión con que algunos han soñado sigue siendo una quimera de poca probabilidad de realización: el imperio no la desea, y es incompatible con la resistencia protagonizada por el pueblo cubano. Pero el pensamiento vinculado con dicha opción, el anexionismo, sigue abonando posiciones aliadas del imperio. No es necesario que la anexión se dé para que el anexionismo sea peligroso.

Que haya cubanos y cubanas que crean que de allí pueden venir las soluciones que Cuba necesita, no admite ingenuidad en el análisis al cual está llamada la nación. Lo señaló también Díaz-Canel al decir que; “De oportunos a oportunistas, de liberales a caóticos, de independistas a neoanexionistas, de trascendentales a irresponsables, hay una fina y frágil distancia.”

Conservan vigencia el ejemplo y la prédica de Martí y sobran motivos para repudiar, como él, tales actos y actores.