Por: MsC. Zoraida Enríquez O’Farrill
La gesta del 1895, que se iniciada el 24 de febrero, hace más de un siglo, después de “preparación gloriosa y cruenta”1, a partir de la ardua labor de José
Martí, era la continuación de la “revolución de independencia iniciada en Yara”2 en 1868. Martí había logrado sumar voluntades, legar al olvido rencores y pasados errores e imprimir nuevas fuerzas a los sentimientos que latían dentro y fuera de Cuba por su total independencia, en las Bases del Partido que como fuerza política creó en abril de 1892, podía leerse:
“El Partido Revolucionario Cubano reunirá los elementos hoy existentes y allegará, sin compromisos inmorales con pueblo u hombre alguno, cuantos elementos nuevos pueda, a fin de fundar en Cuba por una guerra de espíritu y métodos republicanos, una nación capaz de asegurar la dicha durable de sus hijos…”3
El proyecto político de la guerra, fundamentado en gran medida en el pensamiento martiano, rebasaba la concepción nacionalista de independencia para defender a los pueblos latinoamericanos y caribeños de la incipiente voracidad expansionista de los Estados Unidos de América y abrir el camino de la integración, ello es evidente en el Manifiesto de Montecristi, donde se expresa:
“… La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las
Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo…”4
La Guerra de Martí, como la llamó Gómez, concluyó en 1898 con la intervención norteamericana y la consiguiente frustración de los ideales martianos, pero, gracias a la articulación del pensamiento revolucionario que palpitó en los corazones de sus mejores hijos, Cuba siguió con la impronta a cuestas, en una sucesión de luchas que retomaron esas experiencias, sin las cuales no hubiera sido posible el triunfo de enero de 1959.
Esa misma impronta es la que debemos seguir para no hacerle el juego a quienes nos pretenden imponer otra agenda de debate. Nuestra agenda es la de la estrategia de desarrollo económico y social discutida y aprobada desde el VI Congreso del PCC y refrendada por la Constitución de la República, guiados por el pensamiento de Fidel y los dirigentes de la Revolución. Dentro de ese camino trazado de construcción socialista y de PATRIA O MUERTE, está y estará nuestro debate, para hacer avanzar la Revolución Socialista.
1 Martí, J. Manifiesto de Montecristi. En Cuadernos Martianos III Preuniversitario. Selección de Cintio
Vitier, Editorial Pueblo y Educación, 1996:192-199.
2 idem
3 Martí, J. Bases del PRC
4 Martí, J. Manifiesto de Montecristi