Con la poesía de la niñez y el candor de la inocencia, a manos de la humanidad y la codicia, al decir de Martí, los jóvenes estudiantes de medicina fusilados el 27 de noviembre de 1871, enfrentaron la muerte como héroes, asumiendo en ese instante supremo, la dignidad de la patria que nacía en la manigua insurrecta.
Este es uno de los hechos más repugnantes en el contexto de la Guerra de los Diez Años. Los estudiantes habían sido acusados de profanar la tumba del periodista español Gonzalo de Castañón, vocero del más furibundo integrismo. Este suceso demostró la impunidad del Cuerpo de Voluntarios españoles de La Habana, lo cual se reflejó en el juicio seguido a los estudiantes, en el que la propia oficialidad profesional del ejército español se vio atemorizada ante la actitud agresiva de los voluntarios y sancionó un crimen injustificado.
La sentencia de fusilamiento contra estos jóvenes, cuyas edades oscilaban entre 16 y 21 años, fue la más sanguinaria demostración de fuerza dada por los voluntarios. El sacrificio de aquellas víctimas de la barbarie no resultó inútil, viven en el recuerdo de su pueblo, y sobre todo de los jóvenes estudiantes que, como los de las ciencias médicas, hoy se mantienen en la primera línea del combate frente a la Covid 19.
Por. MsC. Zoraida Enríquez O’Farrill