Parecen palabras sinónimas, pero la diferencia entre hambre y apetito es abismal y decisiva para nuestra salud. El hambre es una necesidad fisiológica de alimento. Así de simple. El apetito, sin embargo, es un impulso instintivo muy potente que contiene muchas emociones. Es el causante de que nos arrojemos a la comida buscando en cada bocado la compensación a un disgusto, al sentimiento de soledad o a una situación que nos está generando ansiedad, estrés y malestar.
El genetista Marcelo Rubinstein, experto en obesidad e investigador del Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética de la Universidad de Buenos Aires, dice que hemos hecho de la comida un “lubricante social” con el que tratamos de dulcificar nuestro aburrimiento, frustración o vacío. Y es verdad que varias investigaciones han constatado ese efecto calmante de algunos alimentos, sobre todo si son ricos en azúcares o grasas, ya que activan nuestro circuito cerebral de recompensa y placer.
Por eso pecar de gula es tan común. ¿A quién no le ha llevado la ansiedad a comer alguna vez a deshoras, a picar de forma compulsiva o a saquear la cocina? Estefanía Schoendorff y Tania Mesa, responsables de la Unidad de Nutrición de la clínica Neolife, aconsejan diferenciar correctamente hambre y apetito para saber por qué comemos. Es el modo de evitar desequilibrios nutricionales que pueden dar lugar a sobrepeso, obesidad y enfermedades relacionadas, como diabetes o cardiopatías. Estas son, a su juicio, algunas señales:
- Mientras que el hambre se conforma con cualquier alimento, el apetito es selectivo, aparece de forma repentina y urgente, unido casi siempre a una emoción. Es un deseo que fija su atención en una pieza de bollería, un trozo de pizza, unas palomitas… No admite alternativas que podrían ser mucho más saludables y tampoco aparece la sensación de saciedad. El cerebro no se siente satisfecho y sigues comiendo, como si tuvieses un hueco interminable en el estómago.
- Este episodio de atracón termina con un sentimiento de culpabilidad o tristeza. La comida no ha cubierto ni tus necesidades fisiológicas ni tampoco emocionales. Eso sí, habrás sumado un buen puñado de calorías innecesarias, no nutritivas, y exceso de grasa para tu organismo.
- El apetito te lleva a engullir con rapidez y sin que apenas te importe demasiado lo que te llevas a la boca, a veces hasta llegar a la indigestión. Ese vacío o tensión interna que te carcome ni siquiera te permite masticar adecuadamente o saborear el alimento.
- En situaciones de estrés te lanzas, casi como un reflejo, a la búsqueda de algo que llevar a la boca. De hecho, esta es una de las causas más probables de la obesidad, según investigadores del Hotchkiss Brain Institute (HBI), de la Universidad de Calgary (Canadá), que observaron que las ratas hacen más acopio de comida en situaciones de estrés.
- Curiosamente, del mismo modo que comes de manera compulsiva, puedes pasar a la abstinencia casi de un modo inconsciente. Este comportamiento puede tener efectos muy perniciosos para el equilibrio biológico.
¿Por qué es tan complicado frenar el impulso de comer sin freno?
La presentadora de televisión Oprah Winfrey lo ha conseguido. Dice que, mientras preparaba sus memorias, empezó a ser consciente de cómo estaba usando la comida sin control como mecanismo de defensa para calmar su dolor psíquico y sus traumas de la infancia. Después de un rosario de regímenes y episodios disparatados, decidió cambiar las dietas alimenticias por la psicológica y aprendió que había otro modo de enfrentarse con la comida. La clave, según ella, está en preguntarte si realmente tienes hambre. Y esperar. En veinte minutos puede que hayas matado el gusanillo.
Por salud, y de paso para evitar que la báscula se desorbite, las expertas insisten en que es importante intentarlo. La primera recomendación sería enriquecer nuestros platos con alimentos que ayudan a levantar el ánimo gracias a su aporte vitamínico, como las verduras, naranja, yogur natural y, por qué no, un pedacito de chocolate. Deberíamos también aumentar la cantidad de proteína, por su doble efecto saciante y supresor del apetito. Las lentejas, la soja, el huevo, los guisantes y los granos entero son fuentes de proteína muy aconsejables. Conviene además ajustar la cantidad a la intensidad del hambre, convenciéndonos de que, la mayoría de las veces, ni siquiera es hambre. Y comer a un ritmo moderado, disfrutando de cada bocado. Según un estudio publicado en Endocrinología Clínica y Metabolismo, este hábito ayuda a la liberación de hormonas que envían a tu cerebro el mensaje de no comer más.
Es verdad que la variedad de caprichos a nuestro alcance puede resultar demoledora para nuestras buenas intenciones. La grelina, la hormona del hambre, se dispara con solo mirar algo apetitoso o de olor agradable. ¿Qué podemos hacer en estos casos para que nuestro estómago deje de rugir? El truco más simple es beber agua o una infusión. A menudo una pequeña deshidratación se confunde con la sensación de hambre, cuando realmente el organismo solo necesita líquidos. Unos minutos más tarde, la tentación se habrá esfumado. Por último, dormir y tratar de reducir el estrés. La falta de sueño eleva los niveles de grelina, la hormona que estimula el apetito, y reduce la leptina, responsable de la sensación de saciedad.
Tomado de El Mundo