Por. Dr.C. Julio César Hernández Perera
Pareciera que las autopsias en los hospitales decaen ante los ritmos impetuosos de la tecnología y de la vida moderna. Los métodos clásicos, sin embargo, no dejan de tener utilidad
A diferencia del auge que exhiben muchas especialidades dentro de las ciencias médicas, la Anatomía Patológica pasa por momentos de preocupación. En muchos lugares del mundo contemporáneo se ha dejado de percibir el verdadero valor de una necropsia realizada en un hospital y hasta de un eviscerador (técnico encargado de preparar los cadáveres para su estudio).
Algunos especialistas refieren cómo quedan atrás los «días de oro» de las necropsias hospitalarias, cuando estas llegaron a ser una práctica ineludible en la investigación y la educación médicas. Tal pareciera que el olor a formol, las preparaciones de laboriosos estudios microscópicos y los cuerpos sin vida sobre una mesa de acero inoxidable van pasando de moda.
A pesar de ello todavía cautiva a no pocos la complejidad desafiante de enfermedades y los métodos a la antigua. Muchas veces el último refugio de los secretos de un mal se empieza a develar en esa mesa definitiva, conocida como de Morgagni. Y en esto mucho tuvieron que ver en el avance de la Anatomía Patológica disímiles sucesos de la historia de la medicina: el hombre siempre ambicionó averiguar los orígenes de una enfermedad, así como las causas de la muerte.
Aportes de Morgagni
En la antigüedad el envenenamiento era una las principales acciones delictivas y letales generalmente contra personas socialmente reconocidas. Para demostrar estos hechos se empezaron a documentar autopsias de forma aislada a inicios del siglo XIV.
En aquellas prácticas se recurría a otros métodos para confirmar la existencia de un tóxico mortal. Muchas veces se arrojaban órganos del cadáver a perros que, como atentos espectadores, acudían instintivamente a esos eventos.
Todo cambió con el desarrollo de la Anatomía Humana, acontecido después de que en Italia la iglesia consintiera las disecciones públicas de cadáveres. Rápidamente esta práctica se propagó por toda Europa. Comenzaron así a realizarse presentaciones sociales e instructivas, efectuadas habitualmente en tiempos de carnavales, cuando el clima era más frío y en instalaciones montadas especialmente para la ocasión.
Momento notable en esta historia fue el método anatomoclínico desarrollado por el galeno italiano Giovanni Battista Morgagni (1682-1771), quien con 29 años fue llamado en 1711 por la prestigiosa Universidad de Padua —una de las más antiguas del mundo— para ocupar la segunda cátedra de Medicina Teórica. Cuatro años después Morgagni desarrolló su mejor pasión con la cátedra de Anatomía Humana, en la que llegó a alcanzar tanta erudición y respeto que sus alumnos lo citaban como «su majestad anatómica».
Su prolífica labor lo llevó a publicar en Venecia, en 1761 (cuando ya contaba 79 años), un libro titulado El sitio y las causas de las enfermedades (De Sedibus et Causis Morborum per Anatomen Indagatis). Fue una obra catalogada como colosal, con cinco volúmenes, y escrita en forma de cartas destinadas a los médicos lectores.
En esta se recogen detalles de 640 autopsias, casi todas practicadas por Giovanni. Así se describieron de forma escalonada los daños de disímiles órganos y afecciones vinculadas, como lesiones aórticas, cerebrales y cardiacas causadas por la sífilis. Era la primera vez que se sostenía que las anomalías detectadas en los órganos estaban relacionadas con ciertos padecimientos.
Llama la atención cómo algunos hallazgos descritos por Morgagni parecen ser descubrimientos, y también problemas de salud propios del mundo moderno. Prueba de ello es la parte del tratado donde indica que la obesidad es un elemento predisponente para el desarrollo de accidentes cerebrovasculares. En tal sentido, además de disertar sobre placas de ateroma, el galeno italiano hace descripciones sorprendentemente claras cuando señala que «el enfermo es de hábito corporal obeso, carnes blandas, cuello torso, grueso y corto, rostro rubicundo, y de vida sedentaria».
Presente y futuro
Con el tiempo se pasó de la Anatomía macroscópica (normal y anormal) a la Histología (ciencia que estudia la anatomía de los tejidos), y de esta a los sofisticados estudios moleculares. En tales investigaciones la perspectiva establecida por Morgagni ha estado presente. Por eso el estudioso ha sido bautizado como el Padre de la Anatomía Patológica moderna.
Algo, sin embargo, está sucediendo en la gran mayoría de los hospitales del mundo cuando se percibe que el índice de necropsias disminuye vertiginosamente, como si con el desarrollo de nuevas técnicas se hiciera innecesaria esta práctica diagnóstica y docente ante la aparición de novedosos procedimientos —como la autopsia virtual y el Virtobot— cuyos costos resultan inalcanzables para muchos.
En el primero, un sofisticado robot escanea el cuerpo sin vida en tres dimensiones, escala y color, y realiza estudios de tomografía computarizada, resonancia nuclear magnética y angiografías. El Virtobot, por su parte, toma muestras con agujas de diferentes partes del cadáver para estudios histopatológicos y microbiológicos.
A pesar de las nuevas tendencias modernistas y de los adelantos tecnológicos, todavía se preservan los fundamentos de aquellas autopsias practicadas desde hace más de dos siglos por Morgagni en una mesa diseñada por él, similar a las que se utilizan en la actualidad.
En ese modelo clásico se trazan líneas lógicas que conectan los datos clínicos con los hallazgos anatómicos, y nace un mapa de correlaciones en aras de alcanzar la veracidad en la práctica médica. Es un modo de estudio que sigue teniendo mucha utilidad y valor y que merece no ser desterrado de la Medicina.