El valioso hallazgo de una historia clínica

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Por: Dr.C. Julio César Hernández Perera.
Augusta Deter fue la mujer en quien se reconoció, por vez primera en el mundo, una forma de demencia que hoy adquiere dimensiones de epidemia.


El 21 de diciembre de 1995 tres médicos hallaron en los sótanos de un hospital siquiátrico de Frankfurt, Alemania, un expediente de inapreciable valor histórico y científico. Este había subsistido por más de 90 años bajo infortunadas condiciones, resguardado por un file de cartón azul.

¿Qué tesoro había allí? Era el historial médico de una paciente llamada Augusta Deter —en muchos textos se le nombra como Auguste—. Parte de las hojas eran anotaciones manuscritas hechas por un médico que poseía una letra limpia e impecable y que fue capaz de acopiar con suma destreza interrogatorios médicos efectuados a la enferma.

Desde el comienzo de aquellos apuntes se exteriorizan misterios clínicos: «La paciente está sentada sobre la cama con los ojos de angustia. ¿Cómo se llama? —Auguste. ¿Y su apellido? —Auguste. ¿Cuál es el nombre de su esposo? —Auguste, creo […]. Me miraba como si no entendiera la pregunta…».

El documento incluía, además, cuatro retratos de la enferma tomados por el fotógrafo del hospital de aquel entonces: se podía advertir el rostro de una mujer asustada que parecía tener mucha más edad de la que realmente tenía.

El 25 de noviembre de 1901, Augusta había sido ingresada en esa institución reservada a enfermos mentales y epilépticos, también conocida como el «Castillo de los enfermos mentales». Su condición la llevó a ser la primera paciente referida con un padecimiento que ha sido motivo de preocupación global: se estima que hoy la padecen en el mundo cerca de 35 millones de personas; y que para 2025 puede llegar a afectar a unos 50 millones de personas.

La señora Deter

La señora Deter

La Señora Deter

Al ingresar en aquel centro siquiátrico, Augusta Deter tenía 51 años, y es muy probable que en aquel momento ya no pudiese recordar su edad. Había nacido el 16 de mayo de 1850 y su esposo, Carl Deter, con quien estaba casada desde 1873, era un funcionario de la administración de ferrocarriles. Ellos tuvieron una hija.

Previamente los tres miembros de esta familia vivían en un ambiente bastante feliz. Augusta era ama de casa y era reconocida por ser muy amable, trabajadora, tímida y ligeramente ansiosa.

Pero a principios de 1901 ella empezó a padecer de insomnio, olvidaba algunas cosas y sin razón alguna aseveraba que su marido se veía con una vecina. Otros alarmantes síntomas brotaron sucesivamente: cometía descuidos al cocinar, caminaba constantemente dentro de la casa sin una lógica aparente, perdió el sentido del valor del dinero, se volvió indiferente a todo, creía que un maquinista que frecuentaba su casa le perseguía, pensaba que todo el mundo hablaba sobre ella, tocaba a las puertas de sus vecinos sin razón, era incapaz de saber dónde había dejado cosas que momentos antes había guardado, y mostraba una conducta impredecible.

Sin saber qué ocurría dentro de la cabeza de Augusta, sus familiares cercanos se sintieron incapaces de proveerle los cuidados necesarios. Por eso lograron, con la ayuda de su médico de familia, que fuese ingresada en la institución antes mencionada.

Augusta permaneció internada en el hospital por cuatro años y medio. En más de una ocasión su marido intentó trasladarla a una residencia más barata —las condiciones económicas de la familia se volvían cada vez más tensas—, pero su médico, con alma muy noble, intervino para que se quedara.

La condición de Augusta se deterioró notablemente hasta caer en un estado de postración y mutismo. Tal situación le generó escaras y una bronconeumonía que finalmente le causó la muerte el 8 de abril de 1906.

El médico de Augusta

¿Quién era el distinguido doctor que atendía con esmero a Augusta en el hospital siquiátrico de Frankfurt?

Su nombre era Alois Alzheimer —en nuestros días este apellido nos resulta muy familiar—. Este doctor alemán, desde que empezó a practicar la Medicina, trataba de demostrar una hipótesis: las enfermedades siquiátricas eran como cualquier otro tipo de enfermedad; es decir, tenían una base biológica y no meramente sicológica, con la particularidad de que afectaban el cerebro.

Por esta razón, además de la práctica de la siquiatría, el doctor se especializó en los estudios histopatológicos cerebrales. Se había propuesto realizar el mayor número posible de análisis microscópicos de las autopsias, por lo que sus colegas le llamaban «el siquiatra con microscopio».

Durante tres lustros trabajó en el hospital siquiátrico de Frankfurt. Con posterioridad se trasladó a Heidelberg y a Múnich, no sin antes indicar que se siguiera bien de cerca el caso de Augusta y que le notificaran si ella fallecía.

Al morir la paciente, le enviaron el informe de la autopsia y el cerebro. Cuando el doctor analizó con el microscopio el tejido cerebral se percató de la presencia de unas extrañas estructuras en forma de placas y filamentos, las cuales asoció de inmediato con el acelerado deterioro cognitivo que había observado en Augusta.

Muchos no dieron fe a este hallazgo cuando fue expuesto en una conferencia de siquiatras del sudoeste de Alemania. En 1910 Emil Kraepelin, amigo y mentor de Alzheimer, redactó la octava edición de un Manual de Siquiatría y llamó por primera vez en el mundo a ese nuevo tipo de demencia descrita en Augusta, como enfermedad de Alzheimer.

Hoy en día muchos científicos encuentran motivaciones en el estudio del cerebro de Augusta y han podido corroborar que se trataba de un caso de Alzheimer tal y como se concibe en la actualidad. Recientemente se ha podido identificar un factor genético capaz de explicar la aparición precoz de tan terrible mal.

Una ama de casa de Frankfurt, de la que mucho supimos por una historia clínica desempolvada, tiene el trágico honor de haber sido registrada como la primera persona en el mundo con una dolencia que ahora amenaza con ser epidemia.

Muchos pudieran apuntar, en honor a aquella mujer cuya imagen con los ojos de angustia encarna a millones de enfermos que padecen este mal, que la enfermedad de Alzheimer merece ser homologada como «la enfermedad de Augusta D».

Tomado del Suplemento En Red de Juventud Rebelde

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