Por: Dr.C. Julio César Hernández Perera
La certificación alcanzada por Cuba en 2015 como primer país del mundo en eliminar la transmisión de madre a hijo del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) —junto con la sífilis—, representó un aliento para otras naciones en aras de lograr igual conquista.
Se suman otras acciones efectivas en la lucha contra el VIH/sida como la educación y la promoción de salud, el acceso universal a las pruebas diagnósticas de la enfermedad, y la fortuna de que todos los enfermos cubanos con VIH puedan recibir gratuitamente medicamentos antirretrovirales. Estos fármacos están destinados a prevenir alteraciones del sistema inmunológico, mejorar la calidad de vida y la supervivencia de los afectados.
De esta manera la Mayor de las Antillas se halla entre las naciones capaces de cumplir con una de las metas globales trazadas por Naciones Unidas para 2030: Lograr que el 90 por ciento de las personas con VIH reciban tratamiento. Son hechos que prueban que es factible ponerle fin a la epidemia del VIH/sida en el mundo.
Mientras esto acontece en nuestro medio, en otros lugares del mundo el panorama puede mostrar un cuadro opuesto: se estima que mundialmente cerca de 37 millones de personas viven infectadas con el VIH; de ellas, cerca del 60 por ciento no pueden acceder a los antirretrovirales.
Otros inconvenientes emergen: en Estados Unidos, por ejemplo, el futuro de la lucha contra el VIH/sida se ha encontrado como principal obstáculo al «trumpismo».
Según un estudio reciente publicado este año en la Revista americana de medicina preventiva —realizado por investigadores estadounidenses de la Universidad Johns Hopkins—, en algún momento se había previsto que en la nación norteña la vía hacia el fin del VIH pudiera alcanzarse en la próxima década. Los autores auguraban que el año 2025 se convertiría en el punto donde se iniciaría el declive de la epidemia de VIH en Estados Unidos.
Para establecer estos estimados y proyecciones se emplearon datos de vigilancia de la enfermedad desde 2010 hasta 2013, publicados por el Centro para el control de enfermedades de Estados Unidos. Los datos revelaban un impacto favorable de acciones del Gobierno del entonces presidente Barack Obama.
Durante ese mandato se implantó en 2010 la Estrategia nacional VIH/sida (conocida como NHAS, por sus siglas en inglés), la cual se actualizó cinco años más tarde con el llamado «Objetivo 90-90-90».
Este tipo de clave simbolizaba alcanzar para 2020 que el 90 por ciento de personas con VIH conocieran el estado de su enfermedad, recibieran tratamientos antirretrovirales, y obtuvieran una atención médica de calidad. Se pretendía así reducir en 75 por ciento las infecciones por VIH.
Pero los autores de la publicación no pudieron prever la mala voluntad del actual presidente norteamericano Donald Trump contra la ciencia y la salud pública. Este controvertido mandatario considera, para infortunio de la especie humana, que el cambio climático es un «cuento chino» —cuando su país emite más del 14 por ciento de los gases responsables del calentamiento global—; y ha promovido recortes sustanciosos en el presupuesto destinado a los pobres, a la investigación científica y a los institutos nacionales de salud (NHI, por sus siglas en inglés, centros con prestigio mundial donde se realizan, entre otras, investigaciones esenciales sobre el VIH/sida).
Junto con la privación del seguro a las personas con VIH/sida, estos recortes presupuestarios paralizarán los progresos en contra de la citada epidemia. Eso supone una catástrofe para millones de personas, sobre todo jóvenes, pobres, negros, latinoamericanos y homosexuales.
El futuro de la nación norteña promete, por lo que se ve, más personas infectadas, enfermas y muertas por el VIH. Se trata de una enfermedad prevenible, como ha mostrado Cuba al mundo. Pero el actual presidente norteamericano Donald Trump, mientras ataca a nuestra nación, entorpece, con otra de las suyas, el avance de muchos seres humanos al bienestar.