La Organización Mundial de la Salud (OMS) propone el 10 de septiembre como Día Mundial del Suicidio, propuesta que busca sensibilizar a todas las personas en un tema que nunca puede resultar ajeno. Mucho se puede debatir en torno al suicidio, desde la manera en que los sistemas de salud en el mundo trabajan en la prevención de los posibles factores determinantes de esta conducta, hasta la discusión ética de si es permitido que alguien ponga fin a su vida, si así lo desea. Obviamente resulta un tema siempre polémico y que debe ser contemplado desde múltiples aristas.
El suicidio es el acto por el que una persona, deliberadamente, se provoca la muerte. Esta constituye una importante causa de fallecimientos en el mundo, por ejemplo, en el año 2015 se reportaron unos 842 000 suicidios. Estadísticamente el suicidio se sitúa entre las diez primeras cusas de muerte a nivel mundial. La visión individual y social acerca de la conducta suicida ha sido influenciada por temas diversos como: la religión, el sentido de la vida, los medios de difusión y los movimientos culturales. De manera general, en la cultura occidental fuertemente influida por la tradición cristiana, el suicidio se considera un pecado o tabú, al atentar contra la vida, que sería un regalo de Dios. Sin embrago, en el Japón clásico, se consideraba una conducta honorable para conservar el honor.
La definición común y evidente del suicidio es el «acto de quitarse deliberadamente la propia vida». Esta sería la conducta limite, cuando se produce la muerte como culminación y resultado del acto. Pero dentro de las conductas suicidas existe un espectro que describe los diferentes niveles de esta conducta, que va desde la idea (el análisis interno de la posibilidad), el intento (cuando no tiene como resultado, buscado o no, la muerte) y el suicidio consumado. Otra modalidad de suicidio es el asistido, donde alguien le brinda ayuda a otra que desea acabar con su vida y, por lo general, confluyen circunstancias especiales en este hecho.
En cualquiera de los niveles de esta conducta, se puede hablar de factores determinantes que condicionan un displacer o negación del sentido de la vida, en que el sujeto es incapaz de encontrar opciones de superación de las situaciones que le resultan frustrantes o estresantes. Así, ante una realidad en que se siente superado, el individuo suicida “idea” pensamientos sobre quitarse la vida con diversos grados de intensidad y elaboración.
Algunas personas no pasan de esta ideación o “juego” con la idea, pero otros llegan al nivel superior de acometer la conducta y llevarla a vías de hecho.
Mucho se discute en la determinación de la conducta suicida. ¿Pesan más factores genéticos y hereditarios o los factores ambientales o situacionales? Aunque no hay una respuesta definitiva para esta interrogante, parece que los expertos cada vez se decantan más por la prominencia de los factores ambientales. Pues la manera en que estos se articulen pueden actuar de una manera más o menos severa en una personalidad con predisposición a las conductas suicidas.
En la determinación de la conducta suicida es pertinente analizar factores de riesgo como: la existencia de una enfermedad mental (trastorno bipolar, esquizofrenia, trastorno límite de la personalidad, entre otras) que pueda generar depresión y desesperación. Otro factor de riesgo asociado al anterior o no, es la presencia de una enfermedad adictiva como el alcoholismo o el abuso de otras drogas.
Otro factor influyente es la existencia de un estrés grave o severo ocasionado por diversas situaciones como podrían ser: las dificultades financieras, procesos de duelos o problemas interpersonales.
Dentro de las enfermedades mentales más frecuentes asociadas a las conductas suicidas están: los trastornos del estado de ánimo, como el trastorno depresivo mayor o el trastorno bipolar. Otras condiciones implicadas son la esquizofrenia , los trastornos de la personalidad y el trastorno por estrés postraumático. Ciertos estados psicológicos negativos pueden incrementar el riesgo de suicidio, entro ellos se encuentran: la desesperanza, la depresión y ansiedad. También influye la existencia de una inmadura personalidad de base, con una escaza capacidad para resolver problemas e insuficiente control de los impulsos.
El abuso de sustancias es el segundo factor de riesgo más común y se puede dar tanto por un abuso crónico como por una intoxicación aguda. Siendo las sustancias que más se relacionan con las conductas suicidas: el alcohol, la cocaína y las metanfetaminas. El riesgo es mayor cuando la situación de consumo se ve agravada por problemas puntuales como el duelo, o el manejo de situaciones potencialmente estresantes.
Otro factor de riesgo a tener en cuenta es la existencia de problemas de salud producidos por enfermedades crónicas de difícil pronostico (cáncer, SIDA, Alzheimer, etc.).
Entre las condiciones de estrés de vida, se encuentra la pérdida de un familiar o amigo, los antecedentes de abuso sexual o familiar, el aislamiento producido por vivir solo. Se incrementa el riesgo cuando existen situaciones de pobreza y condiciones de incremento de la pobreza relativa. Las situaciones de crisis económicas también incrementar el riesgo de suicidios, al .percibir la persona que no puede acceder a determinados recursos necesarios para su satisfacción. Esta frustración puede llevar a cometer suicidio.
Entre las medidas empleadas para prevenirlo se encuentran: limitar el acceso a los métodos, como armas de fuego y venenos, el tratamiento de la enfermedad mental subyacente o del abuso de sustancias y la mejora de las condiciones financieras.
Siempre es una pérdida considerable para cualquier sociedad que algún individuo decida cometer suicidio, pues todas las vidas son importantes y valiosas. Muchas veces esta decisión solo es un indicativo de que muchas redes de apoyo fallaron al no brindar ayuda oportuna. Nunca es tarde para solicitar apoyo y tampoco para actuar cuando de salvar una vida se trata.