Inicio > Del Editor > Editoriales anteriores > Editorial 14 Marzo 2007
Una vez más, antes de entrar en materia, quiero disculparme con mis fieles seguidores y lectores (que son muchos más de lo que yo realmente anticipé en algún momento), por no haber actualizado la Columna a su debido tiempo. Si existe una excusa para ello, puede ser la de mi involucramiento en la organización del próximo IV Congreso de Nutrición Clínica, y el relanzamiento de la Revista Cubana de Alimentación y Nutrición, empeños ambos que me han tomado tiempo, energías, y la necesaria paz mental para hilvanar algunas ideas sobre algún tema de actualidad. Dicho esto, pasamos a lo que nos ocupa.
Este Editorial ha sido motivado por el reciente anuncio en un espacio informativo de la Televisión Cubana de la celebración el venidero 24 de Marzo de un Día Mundial sin Computadoras, para mostrar cuán lejos ha llegado nuestra dependencia de tales artefactos (y cito casi textualmente). Lo aplastante de tal aseveración (y la arrogancia escondida en ella), me han dado el pie forzado para estas líneas.
Ciertamente, la computadora ha sido un invento que ha revolucionado el mundo, pero no en este momento actual, mal que le pese a los detractores de la misma. Desde siempre el hombre ha querido automatizar tareas tenidas como rutinarias, repetitivas, o poco atractivas, entre ellas, las de hacer operaciones numéricas complejas, llevar cálculos contables y financieros de las organizaciones, controlar inventarios de activos y pasivos, o guardar volúmenes masivos de datos. La computadora es pues la lógica culminación de un proceso de pensamiento y actuación que se inició en el Siglo XIX con Charles Babbage y Augusta Ada Byron, Condesa de Lovelace, hija del mismísimo Lord Byron. La construcción de la primera computadora funcional, la famosa ENIAC, en la década de los ’50 del Siglo XX, significó la integración exitosa de la tecnología electrónica y la elaboración de los lenguajes necesarios para poder interactuar con estas nuevas máquinas.
No obstante, a pesar de todo lo anterior, ¿qué distingue el momento actual de los mencionados anteriormente? En que la computadora se ha hecho liviana, asequible, barata y poderosa, y ha entrado en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana, desde la comunicación con nuestros amigos y familiares, la preparación de conferencias y presentaciones en congresos y reuniones, y la manipulación de nuestros ahorros y fondos. Esto se debe, en primer lugar, a la llegada del circuito impreso y la microminiaturización de los componentes electrónicos, lo que ha permitido la reducción del tamaño de las computadoras, la producción en masa, y el abaratamiento de los costos de producción, y en segundo lugar, a la creación de poderosos sistemas operativos e interfases gráficas orientadas al usuario, que nos permiten manipular estos equipos a nuestro antojo. La vuelta definitiva y última de la espiral del desarrollo computacional ocurrió hace escasamente 20 años, cuando la IBM anunció la salida de su primera PC 8088 con un microprocesador Intel, 640 Kb de memoria operativa, lectores de disco de 5.25 pulgadas, y un disco duro de 20 Mb (¿se acuerdan?).
Sin embargo, lo hasta aquí expuesto no ha hecho sino tocar la epidermis del asunto: ¿por qué casi se nos obliga a participar en un día sin computadoras? Las respuestas a esta pregunta habrían que buscarlas en el subconsciente colectivo del hombre, y su relación de odio-amor con las máquinas.
Recuerdo cuando me enseñaban en la escuela la irrupción de la Revolución Industrial en la Inglaterra de finales del Siglo XVIII que la reacción inicial de los mineros y los trabajadores de las hilanderías y textilerías ante la llegada de los telares mecánicos y las excavadoras mecánicas era la de destruirlas para evitar que les robaran puestos de trabajo, y con ello, salarios. En una sociedad altamente manualizada, ello significaría la inmediata pobreza de los operarios. Este movimiento destructivo incluso fue denominado como “luddita”, en recordación de un obrero de nombre Ned Lud, que se distinguió en la destrucción de las máquinas que percibía como sus enemigas.
Pero el movimiento luddita puede tener sus antecedentes más primigenios en la reacción de la Iglesia Católica ante la invención de la imprenta y los tipos móviles por el alemán Guttenberg. Puesta de frente ante un evento radical, que le quitaría el control total sobre el conocimiento (la base misma del control sobre toda la sociedad), la Iglesia excomulgó a Guttenberg y a todos los impresores de la época, declaró como obra del Diablo los libros salidos del taller del industrioso alemán, y reafirmó su control exclusivo e indisputado sobre la letra escrita.
A pesar del tiempo transcurrido, rezagos de estas formas de pensar y actuar perviven en nosotros. Muchos nos quejamos ante las demandas de hardware de los programas actuales, la casi obligada necesidad de renovar nuestros equipos en plazos de tiempo cada vez más cortos, y los precios de las actualizaciones. Otros despotrican contra los costos de los programas originales, las licencias para usarlos, y la imposibilidad de poderlos “piratear”. Se ha llegado incluso a acusar a Bill Gates (un nombre ya indispensable en la historia de la Humanidad) por prácticas monopolistas debido a que Windows está presente como sistema operativo en más del 90% de las computadoras del mundo, ignorando que prácticamente le entregamos la responsabilidad a Microsoft de producir todos los programas de computación que hicieran falta, sin parar mientes en lo que ello significaría a largo plazo (luego, sería más políticamente correcto decir que se celebrará un Día sin Windows, o sin Microsoft, como una forma de recordarle a Gates que, más que interesarse en las utilidades fiscales de su empresa, debería tener en cuenta los intereses de los usuarios finales de sus creaciones).
¿Y cuán relevante es todo lo anteriormente dicho para nosotros, los cubanos en general, y los nutricionistas en particular? Para los olvidadizos, hay que recordar que nuestro país impulsa un ambicioso y abarcador programa de enseñanza y aprendizaje de las técnicas de computación, del que los Jóvenes Clubs de Computación representan la imagen más publicitada; que el Ministerio de la Informática y las Comunicaciones ha colocado estaciones de correo electrónico y acceso a Internet en todas las unidades de correo del país, que muchos de nosotros ya utilizamos ATM (o cajeros automáticos) para cobrar nuestros salarios, y que se ha inaugurado una Universidad de las Ciencias Informáticas en una antigua base militar extranjera para impulsar aún más el desarrollo de la Computación en nuestro país, y dotarlo de las herramientas y aplicaciones que sean necesarias en la educación y la salud como sectores priorizados.
Como nutricionistas, impulsamos programas de intervención en nuestras esferas de desempeño en los que la Computación juega un papel fundamental, como medio de almacenar datos sobre nuestros pacientes, realizar cálculos complejos, pronósticos y predicciones, registrar las incidencias ocurridas durante el tratamiento y seguimiento de los enfermos, preparar informes estadísticos, y diseminar el conocimiento generado de nuestra actividad.
Luego, pregúntese usted mismo, querido lector, si es posible pasar un día sin acceder al correo electrónico, despachar la correspondencia, buscar un artículo en MEDLINE, preparar un informe, una conferencia, o una presentación, o esperar 24 horas para cobrar nuestros salarios.
Espero que les sea útil.
Con mis mejores afectos,
Dr. Sergio Santana Porbén.
El Editor.