Inicio > Del Editor > Editoriales anteriores > Editorial 16 Noviembre 2020
En el pasado mes de Julio del 2020 la Presidencia de la República de Cuba aprobó el “Plan para la Seguridad Nutricional y la Educación Alimentaria en Cuba” [1]. Tal plan perseguirá como objetivos el logro de la soberanía alimentaria del país, la producción autosuficiente de alimentos, una reducción de la dependencia del balance nacional respecto de la importación de alimentos, y una educación superior de la población cubana en temas de Alimentación y Nutrición que haga posible la disminución de la incidencia de la obesidad y las enfermedades crónicas no transmisibles asociadas a | derivadas de ella como la Diabetes mellitus, la hipertensión arterial, las dislipidemias, y la arterioesclerosis.
Este plan significa el primero de su tipo en el país, y culmina (y corona) intentos y voluntades anteriores, como el “Plan para la Seguridad Alimentaria, Nutrición y Erradicación del Hambre” promulgado por la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe en la ciudad de Quito (2016),[2] y las recomendaciones hechas en estas direcciones por los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba en el año 2017.
Por propia definición, la seguridad alimentaria es un elemento integral, indispensable, y fundamental de la seguridad nacional de cualquier país. Cuba puede dar sobrada fe de ello. En los últimos 10 años se han emitido resoluciones y decretos sobre la tenencia y explotación de las tierras cultivables del país, el fomento de la agricultura no cañera y la ganadería (mayor y menor), las formas productivas agropecuarias, y el acopio, la distribución, y la comercialización de alimentos que bien podrían equivaler a 8 Reformas agrarias. Sin embargo, Cuba sigue destinando anualmente un presupuesto nada despreciable para comprar el 80 % de los alimentos que consume, y los precios de los alimentos han escalado hasta el Reino de lo Prohibido.
No obstante, no es el propósito de esta exposición extendernos en las causas de todas estas incongruencias, insuficiencias e insatisfacciones. Más bien, presentaré varias ideas sobre cómo la Sociedad Cubana de Nutrición Clínica y Metabolismo (SOCNUT) puede insertarse (y aprovechar) la existencia y conducción del Plan PAN mencionado más arriba.
Cuba enfrenta hoy la doble morbilidad nutricional, como otros países de la región latinoamericana. La desnutrición energético-nutrimental (DEN) todavía se presenta en regiones y poblaciones vulnerables del país, como las zonas rurales y apartadas geográficamente de los grandes centros urbanos, las periferias urbanas, las personas de bajos ingresos, y en situación de soledad y disfuncionalidad familiar, los ancianos y los enfermos. A pesar de muchos esfuerzos, la anemia asociada a los estados deficitarios de hierro sigue afectando a la tercera parte de la población cubana. Por el otro lado, el exceso de peso y la obesidad afectan a la tercera parte de los habitantes del país. Es muy probable además que varias morbilidades concurran en las mismas poblaciones (como la anemia y el exceso de peso), un fenómeno que muchos denominan “la obesidad en la pobreza”. El exceso de peso se traslada al riesgo aumentado de las enfermedades crónicas no transmisibles. Casi 1 de cada 10 cubanos es diabético. La hipertensión arterial afecta al 25 – 30 % de los adultos cubanos. Las enfermedades cardiovasculares y el infarto coronario representan la primera causa de enfermedad y muerte en el país. Y encima de todo lo anterior, varias encuestas regionales y estudios transversales nos siguen devolviendo cómo la dieta cotidiana del cubano se construye alrededor de alimentos de alta densidad energética, pero dudoso (por no decir nulo) valor nutrimental. Si bien en la construcción de la conducta dietética de personas y comunidades, y las “preferencias” alimentarias, influyen numerosísimas variables, me gustaría resaltar que la dieta del cubano podría reflejar antes que nada la forma en que el sujeto accede a los mercados locales de alimentos, ya de por sí deprimidos y con precios inflados.
De forma interesante, el Estado y el Gobierno cubanos conducen y financian programas de protección alimentaria y nutrimental de los grupos vulnerables de la sociedad cubana. También se debe reconocer que el Estado y el Gobierno cubanos “producen” actores calificados precisamente en el reconocimiento e intervención de los trastornos nutricionales que se puedan presentar en personas y comunidades por un lado; y la educación nutricional de las mismas. Sin embargo, estas dos partes de la solución del complejo problema de la seguridad alimentaria no se encuentran la una con la otra para aunar fuerzas en una misma dirección. Los nutricionistas que graduamos no son empleados para la realización de las competencias con los que los hemos dotado, no se destinan a la conducción, supervisión y evaluación del impacto de estos programas estatales; y no están en la comunidad (donde tal vez serían más necesarios) para que actúen como emisores de contenidos sensatos y exactos relacionados con la alimentación saludable.
La seguridad alimentaria y la educación nutricional cobrarían otra relevancia al interior del hospital. Para ahorrar espacio, y ofrecer una visión integrada del presente estado de las cosas, les remito a un “Reporte Especial” aparecido recientemente en la Revista Cubana de Alimentación y Nutrición (RCAN) que examina la seguridad alimentaria como la pieza faltante dentro del rompecabezas de la seguridad hospitalaria [3]. El enfermo y sus familiares requieren de atención nutricional permanente durante todas las estaciones del tratamiento médico-quirúrgico. Y cuando empleo la palabra “enfermo” hago referencia a toda una variedad amplísima de situaciones que recorren desde la madre con ganancia insuficiente durante la gestación y el recién nacido con bajo peso, hasta el anciano frágil; y donde incluyo también a los pacientes críticamente enfermos, aquellos afectados por enfermedades orgánicas crónicas, las enfermedades heredometabólicas, y las enfermedades oncohematológicas.
Luego, el Plan PAN debería servir entonces para revalorizar de una vez y por todas al nutricionista como el actor calificado y empoderado por el sistema educativo cubano para conducir las acciones previstas en este plan, asegurar el mejor estado nutricional de las personas y las comunidades, involucrarse en los programas de protección alimentaria y nutrimental, y participar en pie de igualdad con los restantes miembros de los equipos básicos de trabajo en la atención médico-quirúrgica del enfermo. Las acciones e influencias del nutricionista se extenderían naturalmente también a la vigilancia alimentaria y nutricional, el examen e interpretación de tendencias epidemiológicas, la docencia, la investigación, y la actividad literaria científica. En fin, es hora ya de que, a la luz del Plan PAN, veamos al nutricionista como algo más valioso y útil que un utensilio de cocina.
Espero que les sea útil.
Con mis mejores afectos,
Dr. Sergio Santana Porbén
El Editor