De la importancia de la publicación científica, y la necesidad de documentar nuestras experiencias como nutricionistas

Inicio > Del Editor > Editoriales anteriores > Editorial 26 Septiembre 2004

Después de una larga ausencia (una estancia de estudio-trabajo en la República Argentina, de la que les hablaré en un próximo Editorial, vacaciones forzadas, cierre del Hospital Ameijeiras para reparación capital, reinserción en un nuevo centro laboral, 2 ciclones, el incendio de la planta telefónica a la que estoy suscrito, y la emergencia energética), regreso con un nuevo Editorial dedicado esta vez a explorar la importancia de las publicaciones científicas como una forma de documentar y diseminar nuestras experiencias como nutricionistas.

Siempre me ha llamado la atención la indiferencia y el abandono con que mis colegas de profesión y práctica asumen el momento de dejar por escrito, en un formato coherente y articulado, los resultados de su actividad, junto con sus experiencias (Tiempo de confesión: ¿cuántos de ustedes publicaron sus trabajos de terminación de residencia en una revista científica periódica?).

Este sentimiento, que, por lo extendido, ya ha devenido costumbre, constrasta con el hecho de que temprano en la década de los 1960s se implementó toda una política gubernamental orientada a convertir a nuestro país, donde la ciencia y la técnica fueran fuerzas motrices de nuestro desarrollo económico ulterior, en uno de científicos [Castro Ruz F. “Nuestro futuro debe ser, tiene que ser, un futuro de hombres de ciencias”. Discurso pronunciado el 14 de Enero de 1960 en la inauguración de la Academia de Ciencias de Cuba], y de que en los 1980s se erigiera el Polo Científico del Oeste de la capital: un impresionante parque tecnológico, para llevar a vías de hecho esta política. Pero además: la Medicina cubana tiene ganada, en justa lid, la admiración y el respeto de muchos por los logros que exhibe. Entonces, ¿cómo se puede explicar que la producción intelectual de nuestros médicos e investigadores sea tan magra?

En la gran mayoría de las ocasiones, las comunicaciones científicas en nuestro medio no rebasan el (estrecho) marco de un resumen (a lo máximo 250 palabras) para la presentación de un trabajo en un congreso. Si recordamos que el ciclo de participación en un evento de alcance internacional es de unos 2 años, entonces nos damos cuenta de que la producción científica de un profesional cualquiera puede ser bastante magra, embrionaria, y anecdótica. Pero además, y pienso que es lo más preocupante, la literatura así producida es ditirámbica y autocomplaciente, por cuanto en virtud de la propia naturaleza de tales eventos, sólo presentamos los mejores aspectos de nuestra actividad, para causar la más favorable de las impresiones.

Cuando indago sobre las causas de tales conductas, obtengo respuestas como éstas: “No sé cómo escribirlo”, “No sé cómo presentar los resultados”, a pesar de que los cursos de Metodología de la Investigación son obligatorios en la educación de posgrado. Otras veces oigo decir: “No tengo tiempo”, “Tengo mucho trabajo, y no puedo dedicarme a escribir”, “Tendría que dejar lo que estoy haciendo para ponerme solamente a escribir”. Ciertamente: la redacción de un artículo científico es una tarea bastante ardua y solitaria, como corresponde a cualquier esfuerzo intelectual. Pero las más de las veces me dicen: “Total, ¿para qué? Nadie se va a interesar por lo que yo escriba”, “Nadie lo va a leer”, “No va a servir para nada”.

La comunicación constituye el propósito fundamental de la actividad científica, y la Medicina no escapa de este axioma. Mediante la publicación científica (que puede adoptar desde la forma más primigenia como lo es un Resumen –Abstract– para un congreso, hasta un artículo científico, una revisión bibliográfica o un capítulo para un libro) sedimentamos nuestra experiencia en nuestros respectivos campos de actuación profesional y científico, documentamos nuestro tránsito por la profesión, alertamos a nuestros colegas de las mil y una caras que puede presentar el evento clínico (como siempre se dice: “No existen enfermedades, sino enfermos”), y ponemos nuestra experiencia a disposición de terceras partes para su escrutinio y enriquecimiento.

La publicación científica también sirve para registrar el avance de las ciencias en una línea especificada de investigación y desarrollo. Así, podemos evaluar cómo el conocimiento acerca de una enfermedad se va perfilando a medida que se incorporan tecnologías nuevas y modelos de pensamiento alternativos. Adicionalmente, la publicación científica cumple un papel insustituible en la diseminación del conocimiento, la formación de recursos humanos, y el intercambio entre colegas.

Pero, por sobre todas las cosas, la publicación científica sirve para crear una base de datos inigualable con nuestras realidades, logros e insuficiencias. En muchas reuniones científicas a las que he asistido se ha hecho rutinario el que el expositor inicie invariablemente su presentación sobre un problema particular de salud (SIDA, cáncer, Diabetes mellitus, obesidad, hipertensión arterial, el que ustedes nombren), con las estadísticas de los Estados Unidos. Y yo me pregunto: ¿Dónde están nuestras estadísticas? ¿Cuál es nuestra experiencia? ¿Qué puntos de contacto pudieran existir entre investigadores extranjeros y locales respecto del modo de abordar tal o cual problema de salud? ¿Cuáles son las fuentes de divergencias y desaveniencias? ¿Cómo pueden ser reconciliadas? ¿Qué terapéuticas hemos elaborado? ¿Cuál es la efectividad de las mismas? ¿Qué línea de pensamiento y acción nos guía en la investigación sobre las causas y el tratamiento del problema de salud en cuestión?

Sí: es cierto que la redacción de una publicación científica puede ser comparable sólo con la gestación y el parto de un nuevo ser, por las ansiedades, insatisfacciones, y dolores que encierra, pero es lo que queda de nuestro tránsito en lo laboral y lo personal. Una vez publicados, uno relee y revisa los artículos escritos con la misma pasión y afecto con que mira crecer a un hijo, y recuerda cómo fueron concebidos y cómo nacieron, porque, en definitiva, esto es lo que son los artículos científicos: resultados tangibles del supremo acto de la creación.

Espero que les sea útil.

Con mis mejores afectos,

Dr. Sergio Santana Porbén.
El Editor.