De la energía, el petróleo, el ATP y otras circunstancias

Inicio > Del Editor > Editoriales anteriores > Editorial 25 Febrero 2008

 

Un tema domina hoy el interés público, a riesgo de convertirse en un monotema: el encarecimiento de los precios del petróleo, el presunto agotamiento de los depósitos naturales de los combustibles fósiles, la necesidad de cambiar nuestros estilos de vida y consumo (recomendación que podría ser pertinente para las colectividades del Primer Mundo, pero que se nos antoja remota para los que vivimos de este lado del Orinoco), y la llegada de la Revolución energética a nuestros países y hogares.

La energía es una condición inherente a la existencia de la materia, y por lo tanto, es omnipresente. Intentando una definición: es la capacidad de cualquier sistema para realizar trabajo. Extendiendo la definición: el uso y consumo de la energía es lo que hace el mundo funcionar, y posible la vida tal y como la conocemos hoy en día. Por lo tanto, es lícito discutir formas racionales de consumo y aprovechamiento de la energía contenida tanto en los combustibles fósiles, como la aportada por fuentes alternativas.

Durante muchos años estas discusiones fueron estériles, debido, entre otras causas, a que el petróleo era un combustible asequible, y sobre todo, muy barato. Hay que recordar que en 1959 el barril de petróleo costaba la irrisoria cifra de 2.00 dólares. No sin razón el Siglo XX fue denominado el Siglo del petróleo. Hoy, en cambio, muchos expertos (que más bien se comportan como agoreros del Apocalipsis) han decretado el final del petróleo como fuente universal de energía, y se nos abruma con los récords de precios que el barril del considerado oro negro ha alcanzado en los mercados internacionales.

Sin embargo, en este Editorial, yo llamaré la atención sobre otra forma de energía, igualmente indispensable para la vida, pero menos considerada por aquellos que se dedican a los problemas energéticos: el ATP. Estas siglas denotan a la molécula de Adenosín-Tri-Fosfato: un ribonucleótido de adenina que contiene un enlace fosfato de alto contenido energético, cuya ruptura aporta 7 Kcal por cada molécula del compuesto: cantidad de energía suficiente para el completamiento de numerosos procesos celulares.

Es interesante destacar que todos los seres vivos consumen ATP para el sostenimiento de las diversas funciones vitales, incluidas las del crecimiento, desarrollo y reproducción. Más interesante resulta que el ATP es el combustible celular por excelencia, y no existen otras alternativas, como ocurre en la macroeconomía. Si no, un ejemplo al calco: el espermatozoide (inmortalizado por la canción del dúo “Buena Fe”) se compone de una cabeza que contiene el material nuclear, una cola que utiliza para propulsarse en busca del óvulo que ha de fecundar, y un cuello compuesto de innumerables mitocondrias cuya única función es sintetizar ATP para hacer que la cola se mueva, y que este organelo avance en cumplimiento de su misión histórica: con su desaparición iniciar el milagro de una nueva vida.

¿Cuántas moléculas de ATP consume diariamente un ser humano? ¿Cuánto cuesta una molécula de ATP? Debo confesar que preguntas como éstas, y otras por el estilo, no me las había tropezado nunca en mi carrera como bioquímico, ni las he visto plasmadas en los libros de texto de la asignatura, y por lo tanto, se me hacen difíciles de contestar. Pero los nutricionistas emplean un enfoque radical para abordar estas cuestiones: ¿Cuánta energía necesita un ser humano para satisfacer sus necesidades vitales? Harris y Benedict, en fecha tan lejana como el año 1919, determinaron que un ser humano saludable necesita diariamente, para poder funcionar, entre 1,800 – 2,000 kilocalorías (o lo que es lo mismo: 420 – 480 MegaJoule). Para que el lector de estas líneas tenga una idea de lo que estoy hablando: una caloría representa la cantidad de energía térmica necesaria para elevar 1 dm3 de agua desde los 14.5 hasta los 15.5 grados Celsio, mientras que un Joule equivale al trabajo realizado en un segundo por el paso de un amperio contra una resistencia de un ohmnio. Nada: más claro, ni el agua tibia.

¿Cómo podemos obtener cantidades tan masivas de energía? Mediante el consumo de alimentos energéticos, esto es, que aporten glúcidos y grasas. Los almidones contenidos en los cereales, viandas y pastas, los azúcares contenidos en frutas, vegetales dulces como la remolacha, y el tallo de las gramíneas como la caña de azúcar, y las grasas presentes en mantecas y aceites, nueces y semillas, lácteos y derivados, carnes y vísceras, son ejemplos típicos de alimentos energéticos. Y aquí viene el punto central del Editorial de esta ocasión: ¿Qué cantidad de comida se necesita consumir para aportar las cantidades antes estimadas de energía? ¿Qué costo tiene la kilocaloría: unidad básica de la energía alimentaria?

Respecto de la primera de las preguntas: los glúcidos deben representar el 55 – 65% de la energía alimentaria, mientras que las grasas ocuparían entre el 25 – 30% del ingreso energético diario. Llevado al lenguaje de los gramos: estas proporciones equivaldrían a 250 – 325 gramos de glúcidos, y 50 – 70 gramos de grasas. Pero esto todavía no nos dice nada. Hay que recorrer una última milla para traducir las necesidades energéticas en porciones de alimentos, esto es, la cantidad de un alimento que se sirve en un plato para consumir. De acuerdo con la Pirámide alimentaria norteamericana (aunque cualquier otra guía no nos daría resultados muy diferentes): hay que conformar una dieta diaria con 6 – 11 porciones (60 – 80 gramos por cada porción) de cereales, pastas y viandas, 3 – 4 porciones de frutas (60 – 80 gramos/porción) y vegetales (100 – 150 gramos por cada porción), 1 – 2 porciones de carnes y derivados (1 – 2 onzas/porción), frijoles (120 gramos/porción), y leche, yogurt (8 onzas/porción) u otros derivados lácteos (1 onza/porción).

En lo que toca a la segunda de las preguntas: tal pareciera que la kilocaloría alimentaria se cotiza hoy en día más cara que la onza Troy de oro, y pienso que deberíamos llamar a Ariel Terrero para que nos ayude con este acertijo antes de aventurar mi propia respuesta.

Así, quiero concluir este Editorial, que se ha extendido más de lo acostumbrado en las últimas entregas, con una nota de alerta a todos los involucrados: si importante es conocer el precio del barril del petróleo, no menos importante es (y pienso que es más pragmático) saber cuánto nos cuesta la kilocaloría de energía alimentaria. Armados de este conocimiento, entenderíamos mejor por qué es irracional convertir alimentos en biocombustibles, pero eso sería motivo de otro Editorial.

 

Espero que les sea útil.

Con mis mejores afectos,

Dr. Sergio Santana Porbén.
El Editor.