De los conceptos, su uso y abuso, y la necesidad de comunicarnos

Inicio > Del Editor > Editoriales anteriores > Editorial 27 Noviembre 2004

Ante todo, me disculpo con mis lectores y seguidores por estar alejado un tiempo de mis deberes editoriales. No es por falta de temas (tengo varios en fila, esperando el turno), pero he estado tan involucrado en la redacción de contribuciones para revistas científicas y libros de texto (todo ello al mismo tiempo), que he tenido que tomarme vacaciones forzadas como editorialista. Por otro lado, debo señalar que, desde la incepción de la Página de la Sociedad, hace ya 2 años, he estado produciendo un Editorial mensual (y en ocasiones hasta 2). Un ritmo tan intenso, además de agotador, puede embotar mi percepción a la hora de identificar y exponer temas de nuestra pertinencia. Llegado este punto, es imperativo “coger un aire”, y tomar distancia para ver las cosas bajo una nueva luz.

Hechas estas digresiones, les ofrezco en esta ocasión una reflexión muy personal sobre la mejor manera de referirnos a la mala nutrición por defecto.

Les traigo este tema a colación porque he comprobado que los que nos dedicamos a la Nutrición referenciamos el mismo fenómeno con una miríada de nombres que las más de las veces, nos confunden más que hacernos entender.

Para empezar, dejaré establecido que el estado nutricional de un sujeto (lo que los ingleses llaman nutriture) es la expresión última de su composición corporal, es decir, de las relaciones que subyacen entre los diferentes compartimentos de la economía, no importa el nivel de organización de que se trate. El estado nutricional puede ser medido mediante instrumentos, técnicas y procedimientos especificados, y los resultados utilizados para definir la “normalidad”, esto es: aquellas relaciones entre los compartimentos corporales que son compatibles con estados de salud a largo plazo. Utilizando el conocidísimo Indice de Masa Corporal como indicador, tenemos entonces que un buen estado nutricional (en un sujeto de 19 – 58 años) se reconoce por un IMC entre 20 – 25 Kg/m2 (puede ser que en los mayores de 58 años haya que emplear otra escala de “normalidad”).

Dicho esto, entonces todo lo que se desvíe de esta escala debe ser tenido como “anormal”, y motivar una acción interventora. Entonces hablamos de una “mala nutrición por exceso” para denotar a aquellos sujetos con IMC >= 25 Kg/m2. En la misma cuerda, decimos “mala nutrición por defecto” para identificar a los que tienen un IMC < 18.5 Kg/m2.

Lo que pasa en realidad es que no nos expresamos corrientemente con estos términos. La práctica ha acuñado términos mucho más sencillos que conllevan una alta carga semiótica. Así, sobrepeso y obesidad han ocupado el lugar de la “mala nutrición por exceso”, y de oírlos ya todos sabemos lo que se quiere comunicar.

Lamentablemente, con la “mala nutrición por defecto” no ha ocurrido así, y tal vez, ésta sea una de las razones por las que ha sido tan ardua y azarosa su enseñanza, así como su identificación y tratamiento. Y éste es precisamente el meollo de mi Editorial.

La “mala nutrición por defecto” representa el cuadro clínico resultante de la acción de varias noxas sobre la integridad de los compartimientos corporales, y las relaciones que sostienen. De hecho, el Dr. David P. Kotler definió a la “mala nutrición por defecto” como un trastorno de la composición corporal caracterizado por la depleción del potasio corporal, de los tejidos magros y la grasa corporal, y la disminución de las proteínas plasmáticas [Kotler DP, Tierney AR, Wang J, Pierson RN Jr. Magnitude of body-cell-mass depletion and the timing of death from wasting in AIDS. Am J Clin Nutr 1989;50:444-7].

Ahora bien: el término “mala nutrición por defecto” se ha transmutado por la fuerza de la costumbre en “desnutrición”, donde la partícula “des” expresa deprivación o disminución. Así las cosas, hablamos de desnutrición para referirnos a aquel sujeto que acusa una disminución de su nutriture.

Así como Eva tenía 3 caras, la desnutrición ofrece muchos rostros al examinador. Esto es: no existe un fenotipo único de la desnutrición, y ello compulsó a los investigadores a ampliar la carga semiótica del término mediante el socorrido recurso de añadirle adjetivos, en un afán por comunicarnos mejor. Entonces la desnutrición es calórica-proteica, como ha prevalecido en muchos textos y artículos [1].

Para empezar, la caloría sólo es una unidad del Sistema Internacional de Unidades que expresa la cantidad de calor que hay que suministrarle a 1 dm3 de agua destilada para que su temperatura se incremente en 1°C, desde 15.5°C hasta 16.5°C. Luego, si el paciente estuviera desnutrido porque le faltara calor, la solución no podría ser más sencilla: hagamósle que recupere el calor faltante mediante exposición al sol, arropándolo con una colcha, abrigándolo, arrimándolo a una hoguera (o a una cocina encendida), o, mejor aún, dándole un caluroso abrazo (Siguiendo la misma línea de razonamiento: la desnutrición mostraría tendencias estacionales: la mayor frecuencia de desnutridos se observaría durante los meses invernales. Los países tropicales estarían en ventaja respecto de los de climas más templados, mientras que los países cercanos a los Círculos Polares llevarían la peor parte).

Muchos se reirán ante tal absurdo, porque reconocerán que el término empleado nos hizo caer en una trampa. Lo que está en déficit en nuestro paciente es la energía, y ésta se mide en Kilocalorías, o más apropiadamente, en Kilojoules. Para salir de la trampa, el concepto evolucionó, y los apellidos se convirtieron en “energética-proteica”. Entonces, la desnutrición sobrevendría por deprivación energética (Marasmo) o proteica (Kwashiorkor).

Si bien es cierto que este nuevo término puede describir aquellos fenotipos paradigmáticos (pero que en realidad sólo se corresponden con los extremos del espectro de la desnutrición), no es menos cierto que esconde otra trampa semiótica: ¿entonces todo se resuelve a aportar energía y proteínas? ¿Acaso no están desnutridos aquellos pacientes con carencias de micronutrientes como vitaminas, minerales y oligoelementos?

En honor a la verdad, estos conceptos representan la herencia del estado de las Ciencias de la Nutrición durante los años ’60 – ’70 del pasado siglo XX, antes de que la Nutrición Parenteral se introdujera como un arma terapéutica insustituible. En aquel entonces, los pioneros pensaron, no sin razón, que la desnutrición se trataba mediante el aporte generoso de carbohidratos, lípidos y aminoácidos, y de vitaminas y minerales selectos (de ahí el término de “Hiperalimentación Parenteral”) [2].

En los 30 años transcurridos se ha comprendido la importancia de los micronutrientes en la preservación del estado nutricional del ser humano. Incluso se han descrito cuadros clínicos por carencias de nutrientes insospechados como el Selenio. Por lo tanto, pienso que ha llegado el momento de revisar, una vez más, los términos que empleamos en nuestra diaria labor, e introducir la “desnutrición energético-nutrimental” para denotar los cuadros clínicos resultantes de la deprivación energética y/o las carencias nutrimentales, no importa que éstas últimas sean a expensas de macro- o micronutrientes [3].

Espero que les sea útil.

Con mis mejores afectos,

Dr. Sergio Santana Porbén.
El Editor.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

[1] Haider M, Haider SQ. Assessment of protein-calorie malnutrition. Clin Chem 1984;30:1286-99.
[2] Grant JAN, Moir E, Fago M. Parenteral hyperalimentation. Am J Nurs 1969;69: 2392-5.
[3] Barreto Penié J, González Pérez TL, Santana Porbén S, Suardíaz Martínez L. Actualización de la jerga científica nutricional. Acta Médica 2003;11(1):17-25.