Por el 95 cumpleaños del mejor discípulo de José Martí

El abogado desconocido

Justo Rodríguez Santos

En nombre de la Estrella Solitaria,
en nombre del Apóstol agredido,
en nombre de su pueblo esclavizado,
llega un joven de toga y pergamino.
A denunciar el crimen alevoso
y la diversidad de los delitos,
concurre un abogado cuya firma
estrena el cartulario en el registro.
Apartando legajos y expedientes,
cuya resolución abarca siglos,
la denuncia del pueblo, por su mano
habla a los tribunales sorprendidos.
Muestra el retrato del traidor, su ficha,
sus crímenes y robos repetidos.
Código en mano, suma las sanciones
que deben sus variados latrocinios
y reclama lo enjuicien sin tardanza
y ocupe su lugar en el banquillo.
Sus palabras anegan el silencio
que reverbera, terso y cristalino.
Pero las graves momias del birrete
parecen no entender el verbo digno.
Un ciudadano humilde, con un sobre,
un abogado nuevo y decidido,
que aprieta las clavijas de la ley
para que se oigan todos sus registros.