Por: Olga Lydia Paz Figueroa
Hace hoy 168 años de aquel alumbramiento en la Habana, que premió a Latinoamérica con uno de sus más prolíferos poetas del siglo XIX.
Pese a los innumerables agravios sufridos, en su corta e intensa vida, fue un fiel defensor de sus ideas hasta el último aliento, las que expresó vehementemente en la poesía realista que nos legó, esa que rechazó la estética retórica y en la que plasmó sus más puros sentimientos.
Toda su obra ha sido fuente de inspiración para poetas posteriores y es recordado como una de las figuras indelebles de la poesía latinoamericana de finales de 1800.
Yugo y Estrella.
Cuando nací, sin sol, mi madre dijo:
–Flor de mi seno, Homagno generoso
de mí y de la Creación suma y reflejo,
pez que en ave y corcel y hombre se torna,
mira estas dos, que con dolor te brindo,
insignias de la vida: ve y escoge.
Este, es un yugo: quien lo acepta, goza.
Hace de manso buey, y como presta
servicio a los señores, duerme en paja
caliente, y tiene rica y ancha avena.
Esta, oh misterio que de mí naciste
cual la cumbre nació de la montaña,
esta, que alumbra y mata, es una estrella.
Como que riega luz, los pecadores
huyen de quien la lleva, y en la vida,
cual un monstruo de crímenes cargado,
todo el que lleva luz, se queda solo.
Pero el hombre que al buey sin pena imita,
buey vuelve a ser, y en apagado bruto
la escala universal de nuevo empieza.
El que a la estrella sin temor se ciñe,
¡Como que crea, crece!
Cuando al mundo
de su copa el licor vació ya el vivo:
cuando, para manjar de la sangrienta
fiesta humana, sacó contento y grave
su propio corazón: cuando a los vientos
de Norte y Sur vertió su voz sagrada, –
la estrella como un manto, en luz lo envuelve,
se enciende, como a fiesta, el aire claro,
y el vivo que a vivir no tuvo miedo,
¡Se oye que un paso más sube en la sombra!
–Dame el yugo, oh mi madre, de manera
que, puesto en él de pie, luzca en mi frente
mejor la estrella que ilumina y mata.