La Columna del Editor

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Vivimos tiempos revolucionarios…

El título de mi Editorial de cierre/fin de año puede sonar descolocado, desfasado, anticuado, pasado de moda, falso e incluso contrarrevolucionario. Pero una revolución está ocurriendo delante de nuestros ojos y narices, y solo nos queda sumergirnos en los cambios que están ocurriendo para comandarlos, o hacernos a un lado y ser entonces barridos por la Historia. Paso a explicarme [1].

Todo parecía calmo y quieto hasta el año 2020. Solo unas semanas antes. un virus (desconocido) que apareció por primera vez en un mercado de alimentos de la ciudad china de Wuhan (provincia de Hubei) trastocó toda la realidad construida en los 30 últimos años, y derrumbó ese edificio que todos celebraban y admiraban, y que fue llamado “globalización” (acompañado de los adjetivos neoliberal y capitalista). Hoy, nada más y nada menos que el vicepresidente de los EEUU ha anunciado el fin de la globalización, aunque no ha dicho todavía (todavía no sabe, o se oculta en decirlo qué vendrá después en su lugar).

Después de millones de fallecidos, millones de infectados, millones de convalecientes, y las opiniones encendidas y divididas sobre los méritos y los beneficios de las nuevas “supervacunas” [2], y sin habernos repuestos del trauma de la parálisis y el confinamiento, Rusia emprendió una operación militar especial (OME) para resguardar las vidas de sus ciudadanos, amenazados de muerte por el Gobierno ucraniano dentro de sus propios lugares de nacimiento y existencia. Hoy, 3 años después del inicio del conflicto ruso-ucraniano (el Tiempo sigue pasando muy rápido), el este de Ucrania se ha formalizado como las nuevas repúblicas rusas, y la nueva Administración EEUU ha colocado estas nuevas realidades como condiciones dentro de un plan de paz que impulsa entre apoyos, descreimientos y rechazos.

Y si los espasmos no fueran pocos, en Octubre del 2023 el grupo radical Hamás le propinó un golpe demoledor al Estado de Israel en su propio terreno, y llevó la guerra de resistencia hasta el propio patio trasero de ese país. Dieciocho meses después, y 51 mil vidas palestinas (la mitad de ellos, niños, niñas, y madres embarazadas y madres lactantes) sacrificadas en un nuevo Holocausto, el Medio Oriente está más cerca del estallido que nunca, las viejas alianzas se han quebrado, han aparecido nuevos actores, y el Gobierno Netanhayu se encuentra arrinconado sin saber qué dirección tomar, y sintiendo encima la mirada silenciosa del mundo entero.

En 5 años el mundo tan apacible que nos prometieron tras la caída del Muro de Berlín no existe más, pero aún no se perfila cuál será la nueva configuración global, y qué lugar ocuparán dentro de la misma uno y cada uno de los países que viajan juntos en esta nave azul (enturbiada por la contaminación) llamada Tierra.

¿En qué medida lo anteriormente dicho nos afecta como país, como sociedad profesional y como nutricionistas? El 24 de Febrero del 2019 se refrendó la nueva Constitución de la República de Cuba, y si bien muchos disputan (aún) la necesidad/utilidad de tal acto, lo cierto es que, tras la aprobación de la nueva letra constitucional, se ha iniciado todo un proceso legislativo por el cual el país se dotará de bases e instituciones modernas/modernizadas de gobierno y gestión. La consecuencia inmediata de tal proceso es que todos debemos (tendremos que) atemperarnos a nuevas realidades, nuevas visiones, nuevas mentalidades y nuevas ideas.

En editoriales anteriores he ido desgranando algunos de estos hitos legislativos, entre ellos, la “Ley de Soberanía Alimentaria, Seguridad Alimentaria y nutricional, y Educación nutricional”, la “Ley de Salud Pública”, el Decreto-Ley 88 “Sobre las micro, pequeñas y medianas empresas”; y más recientemente la “Ley de la Comunicación Social”. Todos estos cuerpos legales ha puesto en el centro de los debates la situación alimentaria y nutricional como elementos indispensables no solo del estado de salud de personas y poblaciones, sino también de la seguridad nacional. Y ello implica una revolución en todos los órdenes de los cuidados alimentarios y nutricionales, y el papel que el nutricionista debe pasar a desempeñar en todos los escenarios donde el estado nutricional sea la condición para la mejor gestión económica y social del país, y la calidad de vida de individuos y colectivos. Y es por todo ello que estamos viviendo tiempos revolucionarios: los viejos métodos de gobierno no han dado respuesta a los problemas existentes (y que se han acumulado); y seguir insistiendo en lidiar las nuevas realidades con las viejas herramientas del pasado no solo es un signo de locura, sino un acto suicida.

Y en esta Revolución (valga decirlo), el papel protagónico lo asumen los jóvenes, que han tenido una realidad que no fue la nuestra (sus profesores y  mentores), y a los que se le puede hacer difícil comprender y aceptar el papel protagónico que deben asumir (y que algunos, anclados en el pasado, tratan infructuosamente de enajenarles). Alguien dijo: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”. Nuestros jóvenes deben recibir nuestra obra y nuestro legado (por incompleto e imperfecto que puedan ser), apropiarse de ellos, y continuarlos en esa mezcla dialéctica, singular, y muy cubana, de ruptura y síntesis, de crítica e inculturación, porque, en defintiva, y al final, nos convoca nuestro país, colocado otra vez en la intersección de corrientes y fuerzas poderosas, y (mal que nos pese admitirlo), destinado a asegurar el equilibrio del mundo. Sin pecar de chovinismos ni ultranacionalismos, un mundo sin Cuba ya no solo es imposible sino impensable.

NOTAS AL PIE

[1] Excuso a aquellos que elijan no leer estas líneas mías. Su elección no los eximirá de verse expuestos y arrastrados por los tiempos cambiantes.
[2] Hoy ya nadie habla más de lo que en su momento fue saludado como una profunda revolución en la Biotecnología, y que le valió el Nobel de Medicina y Fisiología a la microbióloga y viróloga húngara de nacimiento, europea de adopción, que proveyó el sustento teórico de tal desarrollo.