El pequeño yate ahora es nación. De sus viejos troncos brotan vigorosos retoños nuevos y es otro, y a la vez el mismo, el joven abogado, fiel servidor de su tozuda vocación patriótica e independentista, renunció presto a las comodidades de familia rica para asumir, con la humilde grandeza de los grandes, el liderazgo de lucha por la independencia de Cuba.
Y si picado estaba el mar de entonces, hoy lo está el mundo. Y si aquella vez el riesgo de zozobrar provenía de los caprichos de la naturaleza, ahora corren a cuenta del “Norte revuelto y brutal” que actualmente nos desprecia todavía más. Pero como otrora, los 82 expedicionarios trocados en millones desbaratan macabros planes, soportan escaseces con la frente en alto. Una y otra vez hacen morder el polvo de la derrota al imperio más poderoso de la historia humana.