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Hoy cumple 92 años. Cumple, sí, en presente, porque de otro modo obviaríamos su probada inmortalidad y negaríamos su constante presencia, desde esa dimensión maravillosa llamada corazón del pueblo, donde volvió a nacer, de manera espontánea.

Una existencia como la suya debe ser celebrada, aun más allá de las barreras corpóreas. Fidel dejó, en cada lugar a donde lo condujeron sus certeros pasos, las más profundas huellas de esperanza y humanismo, no porque aspirara con sus actos a reconocimiento alguno, sino porque todo su ser devino unidad incorruptible entre pensamiento, discurso y hechos.

Su existencia pudiera ser escrita a través de las palabras de quienes lo conocieron y admiraron dentro y fuera de Cuba. Cada uno de los que tuvieron el privilegio de tenerlo cerca, de compartir al menos un instante con él, fueron iluminados para siempre por la inmensidad de su pensamiento, por su espíritu incansable, por su profunda fe en la posibilidad de un mundo mejor.

Penetrando en el sentir de sus compañeros de lucha, de sus amigos más entrañables, de los continuadores de su ejemplo o de aquellos a quienes inspiró su auténtica figura, solo hay un resultado final, orgullo incalculable de saberlo cubano pero, al mismo tiempo, vemos un Fidel en las más diversas dimensiones, en esas que lo hicieron universal.

Fuente: Periódico Granma

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