Cuando surgió el SARS, alrededor del mundo hubo un reclamo general por una vacuna para acabar con el letal virus y decenas de científicos en Asia, EE.UU. y Europa comenzaron a trabajar frenéticamente en esta dirección. Así, surgieron varios candidatos, algunos de los cuales estaban listos para ser usados en ensayos clínicos.
Pero entonces la epidemia de SARS fue controlada y el estudio de las vacunas contra el coronavirus fue abandonado.
Cuando surgió el MERS-CoV, 12 años después en 2012, muchos científicos volvieron a insistir en la necesidad de tener una vacuna contra estos patógenos.
Un equipo de científicos en Houston, Texas, siguió investigando y en 2016 tenía una vacuna lista contra es SARS-CoV-1, pero como aquella epidemia que surgió en China ya había sido controlada, los investigadores nunca lograron obtener financiamiento.
Y no fue la única vacuna que quedó suspendida. Decenas de científicos alrededor del mundo pararon sus estudios debido a la falta de interés y de fondos para seguir investigando.
Para muchos, el SARS y el MERS fueron dos advertencias claras sobre los peligros de los coronavirus pero no había un mercado para la vacuna. Otros sostienen que si se hubiera continuado la investigación, habríamos estado mejor preparados para reaccionar a la COVID-19.
Los virus suelen introducirse en las células atrapados en el interior de pequeñas cápsulas (endosomas o fagosomas, en general). Los virus aprovechan la bajada sistemática del pH en su interior para cambiar su estructura espacial e inyectar su material genético en la célula y, eventualmente, secuestrar la maquinaria celular y autorreplicarse.
Mientras llega la vacuna, los tratamientos antivirales se centran en atacar uno o varios frentes: evitar la entrada; evitar que escapen de las cápsulas; o inhibir la replicación. Esta triple vía de ataque ha sido muy exitosa contra el sida y representa una de las esperanzas, a corto plazo, para paliar el impacto de la COVID-19.
Fuente: Infomed