Llega un nuevo 22 de diciembre y con el amanecer el Día del Educador, una jornada que no opaca su brillo y trascendencia para los cubanos aun en medio de los embates de la pandemia de la Covid-19 y del recrudecimiento del bloqueo económico, comercial y financiero impuesto con saña por el gobierno de Estados Unidos.
Esta celebración, que en Cuba va siempre más allá del mundo de los educadores, nació con buena estrella, pues se instituyó en honor de la feliz culminación, en un grandioso acto de masas presidido por el Comandante en Jefe Castro, de la Campaña Nacional de Alfabetización, el 22 de diciembre de 1961. La también llamada Cruzada nacional contra la ignorancia fue ideada y concebida casi en detalles por Fidel, como una de las tantas inspiraciones geniales que llevó a cabo en su vida de dirigente político. Y por su enorme valor cultural y espiritual sigue siendo un suceso inolvidable.
Cuba fue declarado el primer territorio libre del flagelo del analfabetismo en América Latina y los principales protagonistas de aquella epopeya de alcance educativo, cultural y social, en su inmensa mayoría jóvenes y buenos cubanos de todas las edades, se reunieron en la Plaza de La Revolución de La Habana con el máximo líder del proceso que se empeñaba en hacer justicia social en una Cuba libre y soberana, mediante el cumplimiento del llamado Programa del Moncada.
El inexorable paso del tiempo ha confirmado que esa suerte de hazaña que convirtió en maestros urgentes a voluntarios, brigadistas Conrado Benítez y otros profesionales del sector, resultó uno de los hechos más trascendentes del año y un suceso que marcó un hito en la historia del país. En 1961 también se proclamó el carácter socialista de la Revolución y se aplastó la invasión mercenaria a Playa Girón.
Junto al nacimiento de una nueva vida para los humildes, se vencían enormes dificultades originadas casi desde el primer día de la alborada de enero por las amenazas y agresiones de un enemigo poderoso. Era enorme la deuda con el pueblo cubano debido a la venalidad, corrupción y entreguismo de antiguos gobernantes, entre los cuales se destacaron por su crueldad y represión Gerardo Machado y Fulgencio Batista.
No hay cubano consciente o bien informado de hoy día que ignore que si desde entonces el país pudo poblarse de escuelas, bibliotecas e instituciones culturales hasta el último paraje lejano fue porque hubo la maravillosa piedra angular y la mística de aquella alfabetización masiva, que contó con un seguimiento.
La Campaña de Alfabetización resulto amenazada por el crimen de la naciente contrarrevolución pagada, como hoy, por la CIA y agentes del gobierno de Estados Unidos. Los muy jóvenes maestros Conrado Benítez, Manuel Ascunce Domenech y el campesino Pedro Lantigua fueron salvajemente asesinados por bandas mercenarias al principio y en la marcha de la campaña. Pero nada la detuvo.
Al final fueron alfabetizados 707 mil cubanos, por lo cual el índice de analfabetismo se redujo al 3,9 por ciento que incluía a los que no podían acceder por su edad, capacidad mental o el caso de los 25 mil haitianos que vivían en Oriente y no dominaban el español.
Esa obra de amor, coraje, generosidad y solidaridad comenzó a definir a la nueva juventud cubana de entonces y su influencia se irradió a los días actuales, sobre todo en la vocación y entrega de los maestros y profesores, cuya inmensa mayoría lo está dando todo por salvar las promociones que debieron concluir de otra manera o hacer posible el nuevo comienzo del curso 2020-2021, si no hubiera llegado la funesta epidemia mundial de la Covid-19.
La marcha del tiempo y las circunstancias no son las mismas, pero siguen dejando una impronta de heroísmo y de decidida y amorosa cooperación con la sociedad.