Aquel 6 de octubre de 1976 Servando Hernández León estaba feliz. Él era el entrenador del equipo y sus muchachos habían ganado todas las medallas en el 4to. Campeonato Centroamericano y Caribeño de Esgrima. Ese día esperaba recibirlos. Entró a la Comisión Nacional de Esgrima y se dispuso a aguardar la hora de la llegada del vuelo procedente de Caracas. Vaya a usted a saber los cuentos que harían.
Cuando regresó de Moscú, a finales de 1973, y lo pusieron al frente del equipo, le aconsejaron que debía dar algunas bajas. «No van a llegar a nada, ya dieron todo lo que podían dar», dijeron. Servando se mantuvo firme: «Hay que trabajar con lo que tenemos».
Y ahí estaba el resultado. Julio Herrera Aldama, el «Yurka», era muy bueno, pero se confiaba mucho y perdía. De seguro que lo tenían en una lista para sacarlo. Servando, en cambio, vio un diamante.
«Tenía una velocidad y una fuerza en las piernas como ningún otro del equipo —contó a la periodista Julieta García Ríos para JR—. Antes había sido futbolista y de ahí venía esa explosividad. Tenía un fondo como solo se lo vi hacer a él y a un rumano. Julio tenía un defecto: se confiaba mucho; pero, cuando se proponía una meta, no había quién lo parara y en esa temporada estaba imbatible».
José Ramón Arencibia era otro de los grandes. Sus compañeros le decían el Baba por lo lindo que hablaba. «Parece un poeta», bromeaban. En los Juegos Panamericanos de México 1975, Cuba quedó en segundo lugar en esgrima. El Baba había sido el mejor y en el último asalto perdió ante un norteamericano. «Cuando terminó la competencia fue tanta su rabia —recordó Servando—, que con sus manos rompió el cable personal que estaba conectado a su espada y marcaba los toques. Nunca lo había visto así».
Ahora solo quedaba esperar, hasta que dijeron que algo había pasado. El avión tenía una escala en Barbados, de ahí volaba a Jamaica para luego aterrizar en Cuba; pero al salir de Barbados había ocurrido algo en pleno vuelo. Primero dijeron que era un accidente, a lo mejor alguien había sobrevivido. Después se confirmó: todos sus muchachos estaban muertos.
«Cuando confirmaron que todos habían muerto, me negué a creerlo —confesó Servando—. Me mantuve apartado, hasta que el presidente del Inder, Jorge García Bango, me dio la tarea de estar en el Hotel Habana Libre, atendiendo a los familiares de las víctimas que, desde el interior del país, habían venido a la capital. Las dos semanas que viví allí no se las deseo a nadie. Aquel era un hotel de zombis. Todos preguntaban por sus hijos, querían que les hablara de ellos… Algunos no dormían. Otros no querían estar en las habitaciones y andaban por los pasillos. Aún no puedo olvidar ese dolor».
Desde 1959 en el país se han documentado 681 acciones de terroristas, una cifra que crece. Como resultado de esos ataques, 3 478 cubanos han muerto y otros 2 099 recibieron lesiones permanentes. Ha sido una puerta a los infiernos.
Solo que el término es muy polémico. Todo el mundo sabe qué es el terrorismo, pero nadie se pone de acuerdo para definirlo. El ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, trató de buscar una fórmula para unir voluntades en la lucha contra un flagelo que, como mínimo, hoy afecta a 31 países, de acuerdo con el Observatorio Internacional de Estudios sobre el Terrorismo. Al final no logró mucho, porque lo poco que alcanzó fue una fórmula, que los diplomáticos y jefes de Estado aceptan, aunque no la digieren por completo.
En 2016, durante la octava cumbre entre las naciones de Caricom y Cuba se aprobó, a propuesta de Barbados, designar tal fecha del 6 de octubre como Jornada contra el Terrorismo.
Leer más en: Las puertas del infierno. Por: Luis Raúl Vázquez Muñoz. Periódico Juventud Rebelde – 5 octubre 2024