No fui un héroe, dice el doctor Leonel Albiza Sotomayor

16797938_256230348163265_7346500088326895789_oNo lo pensó dos veces: al sentir el frenazo inesperado del camión que le precedía y al ver a aquel hombre en medio de la carretera pidiendo auxilio, se lanzó del motor y empezó a correr hacia los gritos.
Eran las 6: 30 de la mañana del pasado lunes, aproximadamente cinco minutos antes en las cercanías del Hospital Psiquiátrico Provincial, en Cabaiguán, acababan de chocar un camión —que viajaba de Fomento a Sancti Spíritus— y una guagua Transtur que hacía el recorrido desde la cabecera provincial a Cienfuegos.
“No se veía nada —confiesa el doctor Leonel Albiza Sotomayor, especialista de primer grado en Cirugía General—. Lo único claro eran el brillo de los cristales en el piso y le gente que se acercaba pidiendo ayuda. Me subí a la yutong, pero no tenía ni cómo verles la cara a los pacientes solo veía si respiraban o no y entonces empecé a tomarle el pulso a los que podía y a decirles que bajaran de la guagua y se fueran acostando al lado de la carretera”.
Y la gente saliendo entonces de tres en tres por los añicos de ventanillas que quedaban y la oscuridad de la madrugada abalanzándose también sobre los miedos y el chofer con la pierna izquierda atrapada debajo de los pedales…
“Oye, llama al 104 y tú, al 106”. Fue la primera recomendación que se le escuchó dar al doctor a aquellos dos hombres que a tras luz parecían menos dañados en el siniestro. Solo entonces se supo, cuando la voz de los paramédicos se oyó del otro lado del auricular: es un accidente masivo.
“Le tomé el pulso al chofer de la guagua y vi que respiraba y ventilaba y empecé a pedir algo para hacerle un torniquete y así contener el sangramiento de la pierna. Me dieron un pulóver elastizado que no servía y entonces el chofer me dijo que tenía una corbata en el asiento de atrás y con eso le hice el torniquete. Eran las 6: 45 am, lo sé porque fue la única vez que miré el reloj para saber el tiempo de isquemia de la pierna”.
Luego, solo se escucharon, como en concierto, las sirenas in crescendo de las ambulancias; el corre-corre de los enfermeros del Psiquiátrico trayendo bránulas, sueros, esparadrapo…; el rugido de las mangueras de los bomberos con aquel baño de espuma para contener explosiones; las manos solidarias que llegaban sin avisos para socorrer.
“Con la ayuda de Mario, un residente de Terapia Intensiva, de Liam Daniel, especialista de Medicina General Integral, y de un paramédico le canalicé dos venas al hombre y empezamos a pasarle volumen. Hubo que pedir sangre al Banco de sangre de Cabaiguán, que enseguida llegó, y se le pasaron 6 litros de líquido.
“Los sueros los colgamos, al principio, en los ganchos que quedaban para tapar el sol del parabrisas de la guagua y bajamos a atender al chofer del camión. Se logró intubar en el mismo asiento, se le puso el desfibrilador, pero hizo paro en asistolia y, aunque se le puso epinefrina, falleció”.
Mientras los paramédicos evacuaban al resto de los heridos —que sumaron casi una treintena— se buscaban las alternativas posibles para despegar aquel buñuelo de camión que se hizo calcomanía con la guagua –o viceversa— y ninguna lo lograba.
“Había que sacar a aquel hombre de allí. Cada vez que halaban era riesgoso para él, podía hasta virarse la guagua, por lo que decidimos quedarnos todo el tiempo a su lado”.
¿A riesgo de la vida de ustedes?, pregunto sin poder contener el desconcierto.
“Lo más importante era salvar al paciente”. Tanto que ya se le había oído pedir al doctor, con esa empecinada determinación suya: “Tráiganme un set de amputación”. Si hubiese sido preciso en aquel instante la decisión no entendía de titubeos: la pierna a cambio de la vida.
Dicen que lo único que se le escuchaba recalcar al chofer, entre los gemidos de dolor que le sobrevenían a ratos, era que en el bolsillo de la camisa tenía la tarjeta de combustible, que en otro lugar estaban los papeles de la guagua, que el teléfono de la casa era…
Para cuando llegaron los rescatistas ya el chofer tenía mejor presión arterial, ya los sueros llegaban horas goteando, ya el torniquete se había revisado una y mil veces. Un intento con aquella especie de tijera hidráulica que comenzó a inflarse y a separar los pedales de la pierna y un fallo y una caída más sobre el pie. Otra prueba y la pierna, por fin, libre.
“Se subió la camilla para arriba de los asientos. Se empezó a halar al hombre de forma oblicua, se le estabilizó el pie y se logró subir hasta por encima de los asientos, ponerlo en la camilla y luego sacarlo por la ventana”.
La ambulancia aguardando, el traslado de minutos hasta el Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos, los médicos y enfermeros apostados a la espera, la pleurotomía de urgencia, las tomografías.
“A las 9: 15 am lo entregué al salón de operaciones. Fueron más o menos dos horas de atención prehospitalaria… dos largas horas”.
Y lo cuenta como quien no revela hechos extraordinarios, como si el hábito de lidiar día con la muerte le hiciese relegar heroicidades.
“Yo no hice nada, ni pude hacer el triage adecuado como exigen esos casos, fueron procederes de emergencia. Yo hice lo que hace cualquiera: contener la hemorragia y tratar de evacuar los casos lo más rápido posible. No fui un héroe”.
Periodista: Dayamis Sotolongo

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