Violencia de género. Cicatrices de la cobardía

Cuando faltaban las excusas, él se las in­ventaba. Y ante la ausencia de razón, silenciaba toda oportunidad de diálogo con la fuerza de los puños. A ella lo que más le dolía no era el acto (ir) responsable de moretones en los ojos y magulladuras en cualquier célula de su anatomía, lo que más le dolía eran las cicatrices otras —sentimientos adentro— y el re­cuerdo que con ellas se despertaba.

Cifras aportadas por organismos internacionales refieren que hasta el 70 % de las mujeres experimenta violencia en el transcurso de su vida.

Pensó que a lo mejor él “iba a cambiar”. Quiso darle “tiempo al tiempo” y acabó perdiendo todo: las esperanzas, las justificaciones a lo injustificable, la vida. No tuvo ni eso: tiempo, para reaccionar ante el ataque de ira de quien una vez fuera el hombre de sus sueños y que terminó convirtiéndose en el verdugo de sus pesadillas. Ese día él estranguló también los sueños y la fe de aquella mujer.

Lo peor de la historia está en que no es ficción. Lo peor de las especulaciones sobre los porqués del episodio de violencia, fueron los mitos: “seguro era un marginal, un bruto, ig­norante, alcohólico”. Error: era universitario, citadino y hasta casi “un intelectual”. Tam­poco tenía problemas con el alcohol.

Era él la prueba fehaciente de que las miserias humanas no siempre responden a un estereotipo o a un personaje de la mitología popular.

Tras los moretones que, a fuerza de repetición, alertaban del peligro de un golpe mayor, subsisten los ganchos para asirse a un análisis menos epidérmico del tema y romperle el jue­go al silencio. Introducirse en los bastidores de la violencia de género —la que tiene como víctimas a mujeres en cualquier etapa de la vida— supone una mirada sin los sesgos de los pre­juicios y con la agudeza que este problema social exige, más bien grita, a las cotas de un siglo que aún no consigue desprenderse de las insensateces y cadenas del patriarcado.

ARRUGAS SOBRE UN PAPEL
El trágico desenlace de esa relación me lle­vó de vuelta a una historia leída en mis días de estudiante: un niño cuya impulsión temperamental lo hacía reventar fácilmente en cólera y, a la menor provocación, explotaba en un mar de improperios y ofensas. Pero al estallido emocional le sobrevenía una fase de vergüenza y sucesivas disculpas.

Su maestro, poniéndole a prueba, le entrega entonces una hoja de papel y le pide —de­lante de la clase— que la estruje primero y, des­pués, que la deje tan lisa como se la dio. Imposible. Por más que trató el muchacho, la hoja no podía renunciar a tantas marcas. “El corazón de las personas (le observó el maestro) es como ese papel… La impresión que en ellos dejas, será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues”.

Igual sucede con las manifestaciones de violencia: por más peticiones de perdón que les hagamos a quienes lastimamos, no podemos devolverle la lisura original a los sentimientos.

Los denominadores comunes de las voces victimizadas de esta manifestación de violencia de género, estriban en el arraigo de la cultura patriarcal —con la consiguiente “desventaja social” de nacer mujer en una sociedad do­minada por hombres—, y en el temor a bus­car ayuda cuando se (mal) vive en un ambiente violento.

Datos reconocidos por organismos internacionales refieren que “hasta el 70 % de las mujeres experimenta violencia en el transcurso de su vida”, y como grupo etario, las de entre 15 y 44 años de edad “corren mayor riesgo de ser violadas o maltratadas en casa que de su­frir cáncer, accidentes de vehículos, guerra y malaria”.

“En el 2013, a nivel global, el 35 % de las mujeres había sufrido violencia física y/o sexual en el contexto de relaciones de pareja o violencia sexual fuera de relaciones de pareja” —confirma Myrta Kaulard, coordinadora residente del Sistema de las Na­ciones Unidas (SNU) en Cuba—. Y se es­tima que en prácticamente la mitad de los casos de mujeres asesinadas en el 2012, el autor de la agresión fue un familiar o un compañero sentimental.

Un hipervínculo con el panorama en Amé­rica Latina y el Caribe advierte de una preocupante realidad al interior de la región: se estima que el “40 % de las mujeres en América Latina han sido víctimas de violencia física y la tasa de maltrato psicológico en las relaciones íntimas alcanza el 50 %”.

Clotilde Proveyer, profesora del Departa­mento de Sociología de la Universidad de La Habana e investigadora en temas relacionados con la mujer, intercambia con Granma al respecto.

Este tópico “no es privativo de ningún país, de ninguna sociedad porque tiene que ver justamente con el patriarcado como sistema de dominación. Y esa cultura patriarcal sirve de sostén a las relaciones de género, en las que la dominación masculina es la que impera”, asevera Proveyer.

Por tanto, “55, 60 años de Estado revolucionario —añade— no pueden eliminar lo que la cultura patriarcal se ha encargado de construir a lo largo de milenios. La cultura se transforma mucho más lento que las leyes. Por ello la asignatura pendiente que tenemos, además de crear mejores servicios de atención a las víctimas, es justamente lograr el cambio cultural: lo que está en la mentalidad de las personas”.

En la opinión de la investigadora, la cultura patriarcal se expresa por la línea de género y por la línea de la generación. La primera se manifiesta en la violencia del hombre contra la mujer y, por la línea de la generación, en los mayores contra los menores.

Si bien tiene que ver con el maltrato infantil, no deben malentenderse las diferencias en­tre uno y otro tema, aun cuando la condición de género coloca a las niñas —dentro de los infantes— en una posición de vulnerabilidad a la violencia.

Vale traer a colación un dato ofrecido por Kaulard: cerca de 120 millones de niñas de todo el mundo han sufrido el coito forzado u otro tipo de relaciones sexuales impuestas en algún momento de sus vidas, y en general, mujeres y niñas representan el 55 % del total de víctimas del trabajo forzoso y el 98 % de las personas que son explotadas sexualmente contra su voluntad.

La violencia de género —entendida como todo acto que ocasione un daño o sufrimiento de diversa índole, con basamento en las antagónicas relaciones de poder entre hombres y mujeres—, de acuerdo con varias fuentes autorizadas, tiene diferentes expresiones:  violencia física, sexual, psicológica, económica, simbólica, institucional y estructural. Tam­­bién se reconoce en la actualidad al feminicidio —asesinato selectivo de mujeres por motivos estrictamente sexistas—, como ex­pre­sión de este mal no superado.

Estas clasificaciones sirven para reconocer si se padece de alguna o varias tipicidades de violencia e ir en busca de ayuda sin dilaciones ni excusas. Más allá de las etiquetas, la realidad concuerda en que pueden convivir más de una de esas modalidades, de hecho, la psicológica suele coexistir con las demás.

DE LO SOCIAL A LO MÉDICO: ¿SUFRIR EN EL ANONIMATO?
Lo primero que hay que entender y asimilar es que estamos hablando de un problema so­cial y de salud. Así consta, de igual manera, en el libro Violencia contra las mujeres. Aler­ta pa­ra el personal de salud, de la investigadora Ada Caridad Alfonso Rodríguez, au­to­ra que propone refrescar la óptica de que la di­men­sión de los perjuicios para la mujer no so­lo subyace a los efectos clínicos, sino al impacto en la percepción de bienestar asociada a no­ciones de la calidad de vida y el desa­rrollo hu­mano.

La violencia conecta con todas las nociones de arriba, lo cual exige romper con la arrai­gada propensión a que “los estereotipos sociales de género tienden a legitimar los comportamientos de los hombres y a culpabilizar socialmente a las mujeres”.

El libro mencionado recoge otros resultados desconcertantes: en un estudio multipaís (da­do a conocer en el 2012) de la Orga­ni­za­ción Mundial de la Salud (OMS) del 15 al 71 % de las mujeres de 15 a 49 años manifestaron haber sufrido violencia física y/o sexual por parte de su cónyuge en algún momento de sus vidas.

Aproximaciones más recientes en la re­gión, a partir de un análisis comparativo en una docena de países, reseña que entre el 17 y el 53 % de las mujeres han vivido episodios de los dos tipos a manos de sus parejas. Sin embargo, entre el 28 y 64 % dejó este dolor  en el silencio.

Sobre las secuelas de una y otra variante del maltrato en las víctimas, las fuentes consultadas para este trabajo coinciden en que en la mayoría de los casos se repite un par de ad­jetivos: irreparables e incuantificables.

Un perro que se muerde la cola sería la ex­plicación —a mi juicio— más popular de la (i)lógica cíclica de la violencia, ciclo que a consideración de la psicóloga estadounidense Leo­nore Walker, consta de tres etapas: la primera, donde se van acumulando las tensiones (goticas aisladas en la copa); la segunda, donde se da la agresión o explosión (la gota que hace derramar la copa); y por último, la fase de reconciliación o luna de miel (borrón y cuenta nueva). Y así, hasta el cansancio, literalmente.

Lo distintivo es que cada vez suelen achicarse más los espacios temporales de la luna de miel, mientras se exacerba la intensidad de los actos violentos.

Pero esto no es una receta es­tándar ni siempre los periodos necesitan de in­troducción, de ahí la connotación de abrir bien los ojos y afinar los oídos ante el más leve síntoma.

Romper ese ciclo requiere, pues, de un ajiaco de soluciones atemperadas a cada mujer, experiencia, entorno, lugar… Lo primero, al de­cir de Alfonso Rodríguez, sería reconocer que se vive en una situación de violencia; sobrevendría el apoyo del entorno, luego se necesitaría de las instituciones y sus representantes sensibles, y finalmente, la de­sa­rticulación de la triada poder-control-subor­dinación.

CON EL CATALEJO EN SU LUGAR
Enfocando el lente de nuevo en la geografía nacional, Granma quiso buscar respuestas a sus porqués en la casa de la Doctora Clo­tilde Proveyer, a quien en no pocas alusiones bibliográficas y a mérito personal se le considera como referente obligado en el tema.

Tras recalcar la naturaleza social del problema, Proveyer ayuda a destejer y asimilar el entramado de complejidades que le sirven de trasfondo. En el acápite de la violencia de gé­nero dentro de la sociedad cubana —amén de que hay modalidades superadas como la mu­tilación genital femenina, la prostitución forzada, la trata de mujeres—, subsisten casi to­das las otras formas enunciadas, incluso la muerte ocasionada por la pareja.

La ausencia de estudios de prevalencia en el país conlleva a presumir (por los resultados de investigaciones, estadísticas de Medicina Legal y otros datos) que en Cuba la proporción de casos es menor que en otros países de América Latina, acota la profesora del De­partamento de Sociología. Y remarca que se trata de una temática muy difícil de investigar, y más aún de hacerlo estadísticamente, al considerarse que no admite la interferencia de terceros, o la vergüenza experimentada por las mujeres.

Es el desconocimiento el que más atenta en este sentido y por ahí se escuda una situación no menos peligrosa: el bajo índice de de­nuncia y la apología al silencio como “mecanismo de (in) defensa” por el temor a las reacciones ulteriores de la contraparte o de los espectadores, la sociedad.

No obstante el déficit estadístico, la sistematización de más de 300 publicaciones so­bre el tema en la nación —realizada por la in­vestigadora en cuestión de conjunto con el Sistema de las Naciones Unidas (SNU) en Cuba— puso sobre el tapiz que el grueso de las investigaciones se realiza en el occidente, aun cuando la investigación no va acompañada de la acción de los decisores.

A modo de prescripción, Proveyer comparte una bitácora con nuestro diario: “para estudiar la violencia de género hay que tener ante todo conciencia de género, apropiarse de esa perspectiva y convertirla en un credo personal. Lo que está en la base de la violencia de género no es el alcoholismo, ni la marginalidad, es una inequidad del poder” entre hombres y mujeres.

Cuando este periódico le pidió acercarse a la(s) causa(s) del problema que nos ocupa, en­fatizó: son las mismas que en cualquier par­te del mundo. Se produce cuando hay inequidad en las relaciones de poder, porque cuando hay paridad, hay negociación. La causa última de la violencia de género es la inequidad en esas relaciones, donde existe un empoderado y uno carente de poder. Y sú­mense a lo anterior, otros factores que son desencadenantes, catalizadores: situación económica, alcoholismo, dependencia económica, desconocimiento, falta de conciencia de género.

¿Coordenadas para hacerle frente al problema? “La cultura del patriarcado en Cuba to­davía goza de buena voluntad. Se hace ne­cesario un cambio cultural para poder desmontarla. Y eso se hace a través de la socialización, la educación, la prevención, la información. Las leyes están para sancionar, pero ellas no son la solución.

“La mayor contradicción que viven las re­laciones de género en la sociedad cubana hoy es precisamente que las mujeres hemos ad­quirido un papel protagónico en el ámbito social que no se expresa de la misma manera en las relaciones de pareja y de familia. Las mu­jeres siguen teniendo sobre sí la sobrecarga de roles. Una de las cosas más importantes es cambiar la educación sexista que les da­mos a los varones, porque no se nace violento, la violencia se aprende. Y todos los seres humanos tenemos una predisposición a la agresividad —forma parte de nuestros ge­nes—, pero la desarrollamos o no en de­pen­dencia del medio. Si no cambiamos la socialización de género vamos a seguir reproduciendo maltratadores al por mayor”.
Elegantemente, Proveyer resume: “la violencia es la razón de la fuerza, y la autoridad, es la fuerza de la razón”.

LA LÓGICA DE REVOLUCIONAR
La historia de la reivindicación femenina en Cuba no es joven, se remonta a la génesis propia de la Revolución.

Un aspecto en el que coinciden las entrevistadas es en la ruptura que supuso el triunfo revolucionario en el modo de encauzar so­luciones desde la gestión institucional para la prevención y la atención a la violencia contra las mujeres y las niñas. Y lograr con ello, el salto de la mujer de objeto de violencia a sujeto pa­ra el cambio.

Isabel Moya Richard, integrante del Se­cre­tariado Nacional de la FMC y directora de la Editorial de la Mujer, comparte sus impresiones con Granma. En este sentido reconoce que 1959 marcó un antes y un después a favor de la dignificación de la mujer y en la creación de oportunidades.

Significativo resultó el papel, en los años noventa del pasado siglo, del grupo multidisciplinario que presidió y coordinó la Fede­ración por más de diez años, enfocado en la atención a la violencia intrafamiliar y doméstica. Mucho ayudó para el diseño ulterior de estrategias.

A la vuelta de más de cinco décadas, sin em­bargo, la opción que más se ha validado como espacio alternativo de interacción y asis­tencia sociales desde la organización fe­menina, han sido las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia, con un cuarto de siglo en su haber, explica Moya.

Oneida Broche, funcionaria de la FMC que a­tiende las Casas y fundadora de estas, interviene para puntualizar el porqué de la valía de ese espacio concebido para la familia. Las pocas amas de casa que a ellas acudían en sus inicios, son historia del pasado ante el número de las visitas actuales —afirma—, pero aun así es un tema delicado, al que a muchas mujeres les cuesta abrirse. De todos modos las Casas no están para suplantar a ninguna institución, pero sí orientamos a quienes lo necesitan y les ofrecemos una brújula, incluso viabilizamos que esas personas reciban ayuda clínica de ser necesario.

Otro gran acierto ha sido el trabajo mancomunado con diversos organismos, centros e instituciones cubanas. “Pero no quiere decir que se ha logrado todo —refuerza Moya—. Falta mayor atención personalizada. De la espiral de la violencia no se puede salir sin ayuda, pues hay una serie de condicionamientos psíquicos, sociales, en algunas ocasiones de dependencia. Por eso son importantes igualmente los debates que se están dando hoy en el campo del derecho acerca de la necesidad de continuar perfeccionando ese ámbito, porque si bien en el Código Penal existen diferentes artículos donde se protege a las personas, falta trabajar más”.

Acerca de este tópico, observa Proveyer una cuestión de cardinal significación para des­­­pejar nuestra duda sobre si son suficientes las disposiciones legales en materia de vio­lencia de género: “son muchas, es cierto, pero no son su­ficientes. Por ejemplo, el Código de Fa­milia es obsoleto, hace años que trabajamos en él para actualizarlo, en correspondencia con el desarrollo del país y con la evolución de la problemática de género a nivel internacional. No obstante, no hay una ley especial. ¿Hay protección legal a la mujer? Sí. ¿Pero suficiente? No. Hay que visibilizar en las leyes el tema, precisamente para que la administración de justicia pueda ser más efectiva y más eficiente, más justa con las mujeres violentadas”.

De esta valoración se desprende el camino de los desafíos. “Hoy los retos a los que nos enfrentamos tienen mucho que ver con la sub­jetividad, con la cultura, pues cuando uno mira las estadísticas en estos 50 años ve la gran participación de las mujeres en la vida del país, sin embargo todavía esa participación está atravesada por la supervivencia de modos de pensar, de valores, de prácticas que reproducen la desigualdad”, indica la también periodista Isabel Moya.

“Incluso muchas veces no se es consciente de que se discrimina —prosigue Moya— y sin embargo se hace. Esto exige, además, ma­yor preparación y el establecimiento de rutas críticas” para cuando una mujer llegue —por ejem­plo— a un policlínico o a una estación de policía, sepan quienes las atienden cómo ayu­darlas y a no silenciar el problema.

ÚNETE: LA CRUZADA A 360° POR LA IGUALDAD DE GÉNERO
El 2008 delineó el nacimiento de una vo­lun­tad mayor a favor de quienes por siglos habían devenido dianas del maltrato. En fe­brero de ese año el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, lanza la campaña Únete para poner fin a la violencia contra mujeres y niñas.

“Consiste en un llamado global a todos los gobiernos, al sector público y privado, la so­ciedad civil, los medios de comunicación y los líderes no tradicionales —artistas, deportistas, comunicadores— y a todo el SNU”, abun­da en entrevista con este rotativo Myrta Kaulard, coordinadora residente del Sistema de Na­ciones Unidas en Cuba.

Dichos estudios dan fe de que la violencia contra las mujeres es “la más extendida y sistemática violación de los derechos humanos que se reporta en el mundo de hoy. Vio­lencia que, además, en la mayoría de los casos queda impune”.

Inicialmente, se concibió para el lapso 2008-2015, haciéndola coincidir con la fecha me­ta de los Objetivos de Desarrollo del Mi­lenio (ODM); pero en “reconocimiento de to­do lo que aún falta por hacer”, Únete extendió sus horizontes temporales y, alineada con una nueva campaña en ocasión de las dos dé­cadas de la Conferencia Mundial de la Mujer de Beijing, invita a lograr antes del 2030 “un mundo en el que las mujeres y los hombres sean realmente iguales, sin estereotipos de gé­nero y sin violencia”.

A partir de noviembre del 2009, la Cam­paña encendió motores en América Latina y el Caribe con la definición de tres pilares: Alto a la impunidad, Ni una más, y La responsabilidad es de todas y todos, insiste la representante del organismo internacional.

La transversalización del enfoque de género en todas sus áreas de intervención constituye una plataforma insoslayable para la promoción, desde ese Sistema, de la igualdad en­tre uno y otro sexos, y el empoderamiento de las mujeres. En este empeño, la entrevistada trae a colación la rúbrica con el Gobierno de Cuba del Marco de Asistencia para el De­sarrollo, proyectado para el periodo 2014-2018 y que in­tegra de manera armónica las di­mensiones de género, población y desarrollo.

¿Cómo llega Únete a Cuba? “Únete está en Cuba desde los primeros momentos y va co­brando fuerza con el interés de instituciones, organizaciones, proyectos y redes nacionales que, poco a poco, se han ido sumando y, lo más importante, haciéndola suya”, rememora Kaulard.

“Lo que hemos hecho —subraya— desde las agencias del Sistema de las Naciones Uni­das ha sido acompañar los esfuerzos de un grupo de entidades que, en la mayoría de los casos, venían trabajando el tema de la violencia contra las mujeres desde mucho antes del lanzamiento de Únete. Estos actores sociales han sido aliados estratégicos para que Cu­ba muestre hoy acciones y procesos importantes en los tres pilares de la Campaña a nivel regional”.

Para ilustrar la magnitud de esta imbricación, que es decir la magia de las alianzas, la coordinadora residente del SNU en el país alude a una vasta lista de entidades —en la cual figuran más de 50— que le han impreso mu­cho de sí a la Campaña, entre ellas la FMC y su Editorial de la Mujer, el Cenesex, la Unión Nacional de Juristas, la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades, el Grupo de Re­flexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero y el Proyecto Todas contracorriente.

Con el lente en Cuba, uno de los logros más relevantes es esa amplia diversidad de actores que se han ido apropiando de la Cam­paña. Compromiso que ha posibilitado su extensión a toda la geografía cubana, va­lora.

“Cuba exhibe los resultados de una política sostenida del Estado a favor de la igualdad entre mujeres y hombres. Fue un participante activo en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, realizada en 1995 en la ciudad de Bei­jing —considerado el evento de mayor repercusión en el tema—. Con una parte importante de los ob­jetivos estratégicos de Plataforma de Acción ya cumplidos, el país aprobó en 1997 el Plan de Acción Nacional de Segui­miento a la Con­ferencia de Beijing. Fue el primer país en firmar y el segundo en ratificar la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la mujer”.

Es verdad consagrada la voluntad política y la prioridad de “enfrentar la violencia de género e intrafamiliar, y la que se manifiesta en las comunidades”, tal cual lo expresa el Documento Base de la Primera Conferencia Nacional del Partido. Como resultado concreto, Myrta Kaulard agrega que el tercer y último Informe de Cuba so­bre el estado de cumplimiento de los Ob­jetivos de Desarrollo del Milenio considera que el Objetivo 3 (relativo a la promoción de la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres) ha sido “ampliamente cumplido” a escala nacional.

Apunta, además, el trabajo integrado de todas las agencias del SNU en el país que, con sus contrapartes nacionales, han impulsado la implementación de iniciativas que tributan a los tres pilares en el ámbito regional.

Acerca de ese último particular, destaca la in­tegración de más de 50 artistas y deportistas a redes amigas de la Campaña Únete en Cu­ba, “que trabajan desde el compromiso per­so­nal, donando su tiempo, talento y energías”.

Resalta también la buena acogida nacional de la celebración, cada 25, del Día Naranja, un desvelo volcado a lo cotidiano y, así, “llevar el activismo por la no violencia contra las mujeres a todo el año”.

¿Los desafíos más perentorios en el mapa macro por la no violencia? “La cultura patriarcal en que vivimos, que tiende a naturalizar y justificar muchas de las formas en que esta se expresa (desde los celos, como una expresión de amor, hasta la violación sexual vista como un de­ber de esposa).

Desmontar esa cultura, de­construir el modelo hegemónico, patriarcal, de masculinidad, promover nuevas mascu­linidades y avanzar en la autonomía y em­po­de­ramiento de las mujeres, aparecen entre los desafíos más perentorios, que no se re­suelven con la promulgación de una ley porque tienen que ver con cambios a nivel de con­ciencia”.

Asimilar que los mitos, lejos de ayudar, ha­cen más escabroso el camino; sembrar en la mente que la hombría no se mide por la fuerza de los puños; y no desentendernos del mo­retón ajeno cual si no fuera dolor compartido, son pautas inalienables para desterrar de cuajo los golpes que laceran los músculos del respeto social y el derecho a vivir sin arrugas en el alma.

Tomado de Granma