Biografía

Y llegó la madrugada del 25 de noviembre de 1956. Juan Manuel zarpa en “el barco de la guerra”. Es el Lugarteniente de Fidel. Antes de desembarcar el Granma viste, junto a sus hermanos de combate, el uniforme verde olivo que lo cubriera en su tumba. Se interponía en el camino hacia la tierra firme una ciénaga, y Juan Manuel comentó: “esto no es un desembarco, es un naufragio”. Pero ya ganado el terreno firme comienza la operación de la Marina de Guerra contra el Granma y un avión vuela sobre sus cabezas. Por lo que se ocultan desplegados en la maleza. Al reunirse de nuevo se comprueba la ausencia de nueve compañeros, entre los que se encuentra Juan Manuel. A los dos días logra incorporarse otra vez a la columna.
Y llegó el día cinco en Alegría de Pío. Acontece el primer encuentro con el ejército de Batista. Juan Manuel al frente de un grupo hace un cerco para facilitar la marcha de Fidel hacia la Sierra.
Terminaron los disparos. Hay muertos, pero Juan Manuel vive. No tiene ya balas para defenderse del enemigo, pero no huye en busca de un lugar seguro. Recorre los contornos durante diez días en busca de un contacto que lo lleve a su objetivo: la Sierra. Está hambreado, exhausto y lleva aún en sus músculos el brío del combate.
Estaba por el lugar conocido por Las Palomas, en Niquero cuando acierta a verlo alguien. Era el campesino Ignacio Fonseca, quien corrió hacia el centro espiritista de Juana Martínez, donde se encontraba un soldado de Batista, Francisco Moreno. Ambos, el campesino y el soldado, cabalgaron en busca del rebelde, y le dieron alcance por el lugar conocido como El Estancadero. El soldado lo despojó de un reloj, el dinero y las fotografías de su cartera. Frente estaba la casa de Manuel Matamoros, dueño de una panadería. Allí, hacia el portal de la casa llevaron a Juan Manuel. La familia le dio de comer boniato cocido y un poco de café con cogñac. La esposa de Matamoros le regaló un peine. Nada más podían hacer por él aquella familia que lo hubiera protegido, de haber sido ellos los primeros que lo vieran. De allí lo condujeron a un campamento militar en Juba del Agua.
El teniente Mario Lacal, al frente del campamento, reconoció a Juan Manuel. Habían sido compañeros de estudio en el Instituto de Marianao. Sin embargo, después de tres horas, llegó el capitán Caridad Fernández. El soldado Francisco Moreno, le dijo: “Dame esas botas que tú no vas a trabajar más”. Y el cambio de las botas fue unos zapatos viejos en los pies de Juan Manuel. Con unos zapatos viejos recorría su último camino.
Salieron en un jeep. Era de noche, cuando al cuartel militar de San Ramón llegó el capitán Fernández y conversó con el soldado Celso Torres y el sargento Valdés. Poco después en la finca La Norma llegaban los soldados Torres, Jiménez y Pitágoras, junto al muchacho ayudante de cocina del cuartel, Blas Antonio López. El muchacho comenzó a palear tierra. Abría un hueco para enterrar a un hombre. La tierra estaba húmeda. El hombre a quien iban a enterrar estaba vivo. Se quejaba. Todas las torturas imaginables no eran suficientes para apagar la vida vigorosa de aquel gigante de la historia. Llegaron los dos disparos finales del revólver de Celso Torres. El último en el cráneo.
Ya era 1959 cuando Ramón, “el padrino”, contaba, junto con otros, los 25 pasos. La señal era un árbol de friolillo. Eran 25 pasos dentro del cañaveral. Y allí un hundimiento del terreno, y un hueco como hecho por ratas. Ramón miró hacia el agujero y pudo ver una falange. Cuidadosamente se fue recuperando lo que quedaba físicamente de Juan Manuel. Y con ello un zapato, el peine, la bala dentro del cráneo… y ” un puño verde olivo” …
Era también el año 1959. El 24 de abril. Una mano se alzaba subrayando las palabras. Se ajustaba a su muñeca el puño verde olivo. El uniforme del Granma estaba allí. No era cierto que la tierra lo hubiera consumido. No era Juan Manuel quien hablaba, y sin embargo, los versos de Navarro Luna cobraban en aquel momento más vigencia que nunca.

Fuente: archivo del Hospital.

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