Los transexuales cambian su cédula

Expertos y activistas explican por qué se trata de un hecho histórico en la lucha por los derechos de la población trans.

La semana pasada la prensa internacional siguió la historia del tránsito de Bruce Jenner, el héroe olímpico padrastro de las hermanas Kardashian, a Caitlyn, su nueva identidad sexual. Su aparición en la portada de la revista Vanity Fair generó desde sentimientos de apoyo que llegaron de figuras como Barack Obama, hasta de crítica, como los de algunos grupos feministas que calificaron de desafortunada su imagen en pose de vedette en dicha publicación bajo el título ‘Llámenme Caitlyn’.

Mientras allá se comentaba la noticia, en Colombia se produjo un acontecimiento histórico para las personas  transgeneristas. El martes en la mañana un grupo de hombres y mujeres trans pudo cambiar el sexo de su cédula mediante un simple procedimiento notarial, muy similar al que realizan quienes se cambian de nombre. Con esto se da fin a un proceso que era largo, tortuoso e indignante. “Había que ir donde el juez, pedir pruebas en medicina legal, ir a consulta psiquiátrica para certificar un trastorno de identidad llamado disforia de género, y con todo esto el juez podía negar la solicitud”, señala Alejandro Lanz, abogado de Colombia Diversa y del Aquelarre Trans, dos grupos que apoyan esta causa.

No se trata del simple cambio de las letras F y M. El decreto, expedido por los ministerios de Justicia y de Interior, significa un gran paso para garantizar su autonomía y reconoce su identidad sexual independientemente del cuerpo en el que nacieron. Además resuelve un problema administrativo que tenía consecuencias grandes en sus vidas, especialmente para acceder a salud, educación y trabajo.

Por ejemplo, Johanna Pérez, una joven trans de 19 años, cuenta que cuando mandaba su hoja de vida a alguna empresa todo iba bien hasta que le pedían la cédula. “Me decían ‘tienes un problema’”, señala, ante la clara incongruencia entre su imagen femenina y el sexo masculino del documento. El desenlace siempre era el mismo: nunca la volvían a llamar.

En las aulas de clase y los hospitales la situación era igualmente indignante porque a pesar de haber asumido su identidad sexual, el personal de salud no se dirigía a ellos como lo que son sino por la cédula. “Hasta ahora los  tratan como señor o señora y eso es una falta clara de reconocimiento de su dignidad, especialmente cuando a ellos les ha costado mucho construir su identidad”, dice Lanz. En ese sentido el cambio de cédula materializa el derecho que tienen todos a una identidad sexual. “Ya no habrá suspicacia porque todo coincide”, añade el abogado.

Además de resolver estos inconvenientes, para la mayoría significa un paso adelante en la lucha por acabar la discriminación que las ha llevado a vivir un ciclo vicioso de violencia y pobreza. Según Tatiana Piñeros, mujer trans que se desempeña como directora del Instituto Distrital de Turismo, 95 % de las personas trans no tienen una condición laboral estable debido a que son excluidas por la sociedad.
Lo más cruel es que esa discriminación empieza en la casa. “Salen de sus hogares, luego de sus pueblos por amenazas de los grupos armados y construyen una vida de cero en un lugar totalmente nuevo”, acota Lanz. Y muchos no tienen otra alternativa para sobrevivir que  la peluquería o la prostitución.

Según Ophelia Pastrana, mujer trans y presentadora de temas de tecnología en México y Estados Unidos, 60 % de los miembros de este grupo no vive mucho debido a la alta tasa de suicidios y homicidios, y a complicaciones médicas porque se rehúsan a atenderlos. “En Brasil su expectativa de vida es 30 años”, dice. Según Camilo Losada, un hombre trans que trabaja en Colombia Diversa, quienes no han sido acompañados en este proceso presentan más violencia y barreras de acceso.

Otros han logrado vencer esos estereotipos. Johanna, una de las primeras en Colombia en realizar el trámite la semana pasada, contó con el apoyo de su mamá desde siempre. A los 4 años la señora notó sus actitudes de niña y a los 7, cuando comenzó el matoneo en el colegio, la llevó al psicólogo y habló con los profesores para que entendieran la situación.  A los 13 años, cuando su identidad se volvió más evidente,  decidió comenzar a llamarla Johanna, el mismo nombre de una hermanita que murió recién nacida y le dijo: “Ya viví con mi hijo mucho tiempo; ahora voy a tener a la hija que se me murió pequeña”, recuerda la joven.

A los 18 hizo el cambio de nombre pero Johanna aún no se sentía bien siendo mujer y decidió lucir un aspecto andrógino. Pero esa ambigüedad terminó cuando su mamá le pidió escoger. “Me botó la ropa de niño y me llevó a comprar pintas nuevas de mujer”. Según ella, ese fue el impulso que necesitó para aceptarse y liberarse de tantos años de matoneo.  Ahora, con la cédula corregida piensa estudiar psicología y acceder a un trabajo, que es el derecho más vulnerado en esta población.

Para Brigitte Baptiste, mujer trans y directora del Instituto Humboldt, la educación hace la diferencia. “En mi caso hice mi transición cuando ya tenía un diploma y una carrera”. Lo mismo sucedió con Ophelia Pastrana quien vivió como Mauricio hasta hace unos cuantos años, cuando ya tenía consolidada una profesión. Aún así, para todos ese proceso es muy costoso en términos emocionales. “Mis amigos me dieron la espalda; me desinvitaron a un matrimonio en Cartagena porque ‘qué pena tener a una persona así en la iglesia’”, dice.

El decreto tendrá un impacto mayor en las vidas de estas personas porque pasar de un sexo a otro implica asumir los derechos y responsabilidades de cada género. Pero aún no se sabe cómo va a operar el sistema pensional. “Yo creo que podré jubilarme cinco años antes, a los 57”, dice Piñeros. Otro tema es el matrimonio. Baptiste señala que está dispuesta a hacer el cambio de cédula pero no sabe en qué situación quedará su matrimonio si ella, que ha estado casada con su esposa por mucho tiempo, ahora tendrá una cédula que en lugar de masculino dice femenino. “¿Mi matrimonio será invalidado por ser entre dos mujeres?”, se pregunta, al tiempo que reflexiona sobre la falta de sentido de la prohibición del matrimonio entre personas del mismo sexo.

También hay dudas frente a lo que sucederá con las personas trans en las cárceles. ¿Saldrán las mujeres trans de las prisiones masculinas? ¿Aquellas mujeres que transitaron al género masculino tendrán que sacar la libreta militar?

Esos interrogantes tendrán que ser resueltos en un futuro cercano. Lo importante ahora es que ellos podrán vivir como quieren y no como el Estado les obliga. El ministro de Justicia, Yesid Reyes, utilizó una frase de Gabriel García Márquez para mostrar la importancia de respetar este tipo de decisiones: “Los seres humanos no nacen para siempre el día que sus madres los alumbran: la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez, a modelarse, a transformarse, a interrogarse (a veces sin respuesta), a preguntarse para qué diablos han llegado a la tierra y qué deben hacer en ella”.

Aunque es un paso grande, no será el único para lograr que la sociedad los trate como personas con igualdad de derechos, pero partiendo de la diferencia, como lo aclara Losada “porque no es lo mismo la salud de un hombre que la de un hombre trans que toma hormonas y podría necesitar un enfoque diferente”. Aunque muchos médicos y parte de la gente siguen pensando que es una enfermedad, Losada cree que es una condición que hay que aceptar.

Por eso, una de las metas es que la sociedad entienda que en términos de género no todo se resume en la clasificación de hombres y mujeres. Estos tránsitos no son una moda y se han dado siempre. Unos lo hacen en la infancia, otros en la adolescencia, otros en la edad adulta y otros en la madurez, como Jenner, a quien todos aplauden por su valentía.

A Johanna le pasó lo mismo y el cambio de sexo también fue para ella una gran celebración. Hoy no solo puede decir orgullosa “Llámenme Johanna”  sino que será identificada  como una mujer en todos los espacios de la vida.

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