Cuando arribó a Belo Horizonte, capital del estado de Minas Gerais, la doctora Raisa Elena Hernández Hurtado no pensó que al cabo de un quinquenio la realidad en la que incursionaba como fundadora quedaría trunca de modo tan abrupto. Era 22 de agosto del 2013. Dos días después, el personal asistencial cubano comenzaría a llegar a Brasil para participar en el programa Más Médicos.
Hasta el 28 de enero del presente año, cuando retornó definitivamente al país, fungió como asesora de la Organización Panamericana de la Salud para dicho programa, que modificaría por siempre la visión sobre y hacia Cuba entre los grandes sectores pobres del gigante sudamericano.
Escambray la sorprendió en el Hospital Provincial de Rehabilitación Faustino Pérez Hernández, al frente del cual se desempeña ahora. De la labor que compartió en el cuarto estado de mayor extensión y tercero en cantidad de población de Brasil, cuenta a los lectores de este medio de prensa.
¿Cómo fue la acogida de los médicos cubanos?
“Tras la expectativa en torno a la presencia allí de los nuestros hubo una muy buena acogida. Se les dio divulgación por la prensa y las poblaciones los recibieron y aceptaron, a pesar de que el Colegio Federal de Medicina del país no concordaba en ello. El rechazo provenía de los propios médicos brasileños y de una parte mínima de la población, pero con los días el trabajo, la profesionalidad y la entrega del personal cubano fue demostrando lo que después las personas decían: ‘Dilma y Cuba no se equivocaron’.
“Vi nacer el programa y le puedo decir que el trabajo allí fue grandioso. Los médicos cubanos fueron adonde la población no había visto nunca un médico, a lo más recóndito del país, a los municipios más alejados y las regiones indígenas que jamás habían recibido esa asistencia. Por primera vez esas personas sintieron que a un médico se le podía tener bien cerca y hasta tocar”.
¿En qué ambiente trabajaron y cuál fue el grado de satisfacción logrado?
“En cada estado y municipio se les fueron creando las condiciones, pero llegamos a tener médicos, entre ellos algunos espirituanos, cuyo trabajo implicaba cruzar en barco de un asentamiento a otro; eso se daba más en el río Amazonas, con muchas comunidades indígenas dispersas.
“Debían quedarse allí con esas personas, en las condiciones adversas en que vivían, dormir en hamacas, correr ciertos riesgos, como las mordeduras de serpientes o de alacranes. Muchas veces ayudaron a crear o crearon ellos mismos canteros de hierbas medicinales en las casas, y eso causaba cierto asombro.
“La satisfacción popular con la labor de los cubanos dentro del programa, medida por las propias universidades de allá, siempre estuvo por encima del 85 por ciento. A pesar de los detractores, la aceptación fue total e inmediata y los resultados son visibles. Los médicos nuestros se han ganado en todo este tiempo un espacio en el corazón de los brasileños.
“Yo digo que no son datos ficticios, que están respaldados por horas de entrega total, de abnegación. Porque, más allá de la labor propiamente asistencial, que implicaba desde el seguimiento a personas enfermas y ancianas, heridos de bala, partos y cualquier otra cosa que llegara, ellos lograron con su labor constante trabajar el riesgo, unir a las poblaciones; hay lugares donde tenían hasta los círculos de abuelos creados.
“Se trabajó, en suma, con un enfoque preventivo; visitaban las viviendas aunque hubiera que ir a caballo o caminar largas distancias a pie, allá no era costumbre que esto sucediera. La satisfacción de las personas vale más que cualquier dinero del mundo”.
¿Alguna vez pidieron la permanencia de los médicos?
“Esa era una preocupación constante. Cuando venían de vacaciones advertían: ‘Bueno, que vayan a ver a su familia está bien, pero que regresen’. Viajábamos constantemente para darles seguimiento y en algunos lugares, cuando ellos me presentaban como su coordinadora, la gente decía: ‘Este médico ya es nuestro, no nos lo lleve nunca de acá’. Lo identificaban como su hermano, su hijo, según el caso”.
La doctora sensible, cuyos ojos han permanecido húmedos durante la entrevista, a cinco años y tres meses de su arribo a Belo Horizonte posa su pensamiento en aquel país complicado y resume: “Es muy posible que esos pobres que conocimos nunca más tengan la oportunidad de recibir atención médica. Hoy muchos de ellos lloran, pero estoy totalmente de acuerdo con la decisión de nuestro país, porque realmente hay mucha dignidad y los principios no se negocian”.