Puede estar en el tomógrafo y al mismo tiempo informar, con la mayor precisión del mundo, una resonancia o andar al vuelo por los pasillos sin dejar de atender a las mil y una personas que la abordan. Puede hacer disparos tan certeros como el mejor de los francotiradores, gracias a una agudeza visual entrenada durante años, y acertar hasta en los detalles más intrascendentes de cualquier radiografía.
Puede ser médico a tiempo completo y camuflarse a deshora para limpiar, cocinar, lavar… y supervisar al dedillo hasta los estudios universitarios de los hijos. Puede declinar todo título científico por el diminutivo que le han endilgado con el tiempo los pacientes: Amelita, la del somatón. Y lo admite sin remilgos: “Desde 1994 ese es mi nombre. Ya no soy Amelia González Martín”.
Quizás dejó de serlo desde mucho antes, cuando a los 11 años salió de la cobija de sus padres allá en La larga, Taguasco, y del plantel rural Desembarco del Granma pasó a estudiar en la Escuela Vocacional Ernesto Che Guevara, en la otrora Las Villas. Leer más
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