José Martí

José Martí, ser humano excepcionalmente dotado con el don de conmover y mejorar, se nos entra en el alma mucho antes de que hayamos podido comprender a cabalidad la trascendencia de su obra. Cierto que su persona viva, tal como la conocieron directamente los que gozaron de ese privilegio y de cómo se trasparenta y perpetúa en la encarnación de su verbo escrito, es en definitiva la más profunda obra que nos dejó. Consagró su vida por entero a la liberación de la patria, a la realización histórica de Latinoamérica y a la causa universal del “mejoramiento humano”.

El 26 de enero de 1895, en nota publicada en el periódico Patria, Martí formuló un concepto que tiene un significado cardinal en nuestros días: ‘’Patria es Humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer’’. Esta definición podemos relacionarla también con su toma de partido en aquel verso memorable: Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar.

Estas ideas inspiran y sostienen a los miles de médicos, enfermeros, educadores, entrenadores, constructores y otros trabajadores cubanos, presentes en numerosos países y en apartados lugares de ellos, para socorrer y apoyar a los que menos tienen o han sido víctimas de devastadores desastres naturales; a los que cumplieron su deber internacionalista en África, en Asia o en América Latina; a los que parten ahora para ayudar a combatir la epidemia del ébola en tierras africanas. Son también las que han inspirado el sacrificio y el combate de nuestros Cinco Héroes, compatriotas y hermanos secuestrados en cárceles norteamericanas por enfrentarse al terrorismo y ejemplos de dignidad, fidelidad y entrega.

Armando Hart Dávalos

Martí es un héroe y un escritor viviente capaz de congregarnos a recordarlo a mucha distancia de su isla liberada por haber sido, encarnizadamente, un representante cabal –y excepcional– de su época. Solamente él, mirando al futuro pero sin salirse de su día, palpó el latido impaciente de los grandes cambios que le circundaban la esperanza. Sus ojos distinguieron, en el torrente revuelto, los signos de las corrientes maestras, el rumbo de su curso y la señal de su más dilatado objetivo. Para lograrlo, se hundió en el torrente, sufrió sus embates, enfrentó sus amenazas y descubrió las aguas que marchaban hacia  territorios lejanos. Por eso está viva el alma de su palabra y el ejemplo de su fidelidad anunciadora.

Juan Marinello

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