Si decimos que por décimo año consecutivo Cuba mantiene su tasa de mortalidad infantil por debajo de cinco por cada mil nacidos vivos, ya es razón suficiente para festejar.
Pero saber que los motivos van más allá, constatar que el país alcanzó al cierre del 2017 la tasa de mortalidad infantil más baja de su historia, con 4,0 por cada mil nacidos vivos, es extraordinario.