El golpe profundizó la crisis. El sistema político y las instituciones de la República hicieron agua. No era posible un proyecto nacional con justicia social sin dinamitar las estructuras del poder neocolonial. Las nuevas generaciones de revolucionarios debían plantearse otra estrategia de combate y forjar sus propios instrumentos para llevarla a cabo.
Tal desafío demandaba un liderazgo diferente, impregnado de radical cubanía, capaz de pasar de la fase de las palabras a la lucha armada. Fueron su resolución y entereza en ese instante crítico las que convirtieron a Frank en un líder en Santiago de Cuba.
Dieciséis meses más tarde, el 26 de julio de 1953, con el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, Fidel y la Generación del Centenario mostraron la determinación de guiar al país por la senda revolucionaria. La dictadura se ensañó con los moncadistas: de los 69 muertos entre las dos acciones, solo ocho cayeron en combate; 61 fueron asesinados por los esbirros de Batista.
Esa misma noche Frank logró colarse en el Moncada aprovechando la confusión. Quería cerciorarse del estado en que se hallaban los asaltantes capturados.
“…estaban todavía tirados en el suelo, todos llenos de sangre, de balas y de honor, jovencitos algunos, que no tenían ni barba siquiera, uno colgado de un árbol, las piernas al aire, y los pies cortados, tirados en el suelo, mientras el cuerpo se tambaleaba en el aire. Era algo horrible y más horrible aún el asesinato que están cometiendo por esas lomas sin que nadie los vea, asesinos y cobardes”, le escribió asaltado por la rabia y el dolor a Elia Frómeta, su novia, dos días después, el 28 de julio (Monroy, 2007: 140).
No quedó de brazos cruzados: redactó un manifiesto al que tituló: “Asesinato”, del que pudo imprimir dos mil ejemplares para distribuir en Oriente. Cayó en el círculo de sospechosos y lo detuvieron hasta el 2 de septiembre de 1953, cuando el tribunal que lo juzgó se vio compelido a liberarlo por falta de pruebas.
A partir de ese minuto dedicó toda su existencia a la revolución. Fundó Decisión Guitera y, poco después, Acción Revolucionaria Oriental. A través de Jorge Ibarra Cuesta estrechó los contactos con José Antonio Echeverría, quien le propuso incorporarse al Directorio Revolucionario. Para entonces Frank y los jóvenes santiagueros que se organizaron bajo su mando habían leído “La historia me absolverá” y tenían los ojos puestos en Fidel, convertido ya —tras el asalto al Moncada y luego de presentar este radical programa revolucionario durante su alegato, el 16 de octubre de 1953— en el líder moral de la generación.