Rebrotó un orgullo que hizo trizas la imagen proyectada por el espejo estadounidense con que se observaba el país. La cultura y la educación abrieron paso a nuevas formas de expresión política. El pueblo hizo suya una consigna del líder ortodoxo Eduardo Chibás que sintetizaba las aspiraciones de independencia y justicia social de sus bases populares, y en contra de la corrupción: “¡Vergüenza contra dinero!”.
Y Frank creció. Ya no solo leía a Martí, ni su mirada se detenía en la literatura cubana, en la que tenía a Julián del Casal como referente poético. Comenzó a estudiar a los pensadores contemporáneos universales; de los que más lo impresionaron: el francés Jean-Paul Sartre, filósofo entre los más importantes de la tradición crítica europea y participante en la resistencia contra los nazis.
Iniciada la década de 1950 el pueblo cubano estaba esperanzado con las elecciones a celebrarse en los primeros días de junio de 1952, en las que todo apuntaba a que saldrían vencedores los ortodoxos. Chibás se suicidó el 16 de agosto de 1951 cuando acababa su programa de radio en una emisora de alcance nacional.
Legó al partido todo su capital político y la victoria era solo cuestión de tiempo. El cuartelazo de Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952 puso en pie a una vanguardia que llevaba “en sí el decoro de muchos hombres”, y mujeres, presta a tomar en sus manos los destinos de la Patria. Ese propio día Frank se presentó en el cuartel Moncada. Fue a solicitar armas. Al igual que Maceo, estaba dispuesto a lanzarse a la insurrección de Oriente hasta Occidente para restablecer el orden constitucional. Tenía 17 años.
El golpe profundizó la crisis. El sistema político y las instituciones de la República hicieron agua. No era posible un proyecto nacional con justicia social sin dinamitar las estructuras del poder neocolonial. Las nuevas generaciones de revolucionarios debían plantearse otra estrategia de combate y forjar sus propios instrumentos para llevarla a cabo.
Tal desafío demandaba un liderazgo diferente, impregnado de radical cubanía, capaz de pasar de la fase de las palabras a la lucha armada. Fueron su resolución y entereza en ese instante crítico las que convirtieron a Frank en un líder en Santiago de Cuba.
Dieciséis meses más tarde, el 26 de julio de 1953, con el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, Fidel y la Generación del Centenario mostraron la determinación de guiar al país por la senda revolucionaria. La dictadura se ensañó con los moncadistas: de los 69 muertos entre las dos acciones, solo ocho cayeron en combate; 61 fueron asesinados por los esbirros de Batista.
Esa misma noche Frank logró colarse en el Moncada aprovechando la confusión. Quería cerciorarse del estado en que se hallaban los asaltantes capturados.