A los 7 años, ingresó al Instituto José Martí, perteneciente y operado por la Primera Iglesia Bautista de Santiago de Cuba, donde cursó la enseñanza primaria con profesores que le inculcaron la devoción por el Apóstol y las epopeyas mambisas. Allí comenzó a cobrar forma su tremenda dimensión humanista y ética; allí empezaron a fundirse un espíritu militar que marcó su destino con la vocación revolucionaria.
Al decir de Vilma Espín Guillois, su compañera de lucha, “…Frank tenía dos vocaciones bien marcadas […] la primera era la de militar y la segunda, la de maestro” (Hart, 2006: 150).
Entró en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba con 14 años y en 1949 ganó por examen de oposición una plaza en la Escuela Normal para Maestros de Oriente, justo cuando en el agónico clima moral vivido en la mayor de las Antillas tras cinco décadas de República neocolonial —caracterizado por la dependencia a Estados Unidos, el gansterismo, la corrupción y el desenfreno en el saqueo de los fondos públicos—, las mejores figuras del arte, la literatura y el pensamiento del país se habían trazado entre sus más urgentes metas el rescate de la figura del Apóstol, e irrumpió el Martí revolucionario y antimperialista de ética impoluta y profunda vocación de justicia social.
Institutos de segunda enseñanza, escuelas normales y algunos centros docentes privados fomentaron un clima de superación cultural y amor a la patria, que dio abrigo moral a la nación y tributó a la forja de un espíritu rebelde entre esa generación. Desde el arte, la literatura y la exaltación de las tradiciones combativas, y en especial de los héroes mambises y pensadores del siglo XIX, aquellos maestros salvaguardaron el halo revolucionario de las guerras independentistas de 1868 y 1895 y, al despertar el interés por esa historia, animaron una vocación nacionalista que arraigó los sentimientos libertarios entre una parte mayoritaria de la sociedad que se esforzaba por sobrevivir y fundar familias mediante el trabajo honrado, apegada a valores éticos y patrióticos latentes en el subconsciente colectivo.
Rebrotó un orgullo que hizo trizas la imagen proyectada por el espejo estadounidense con que se observaba el país. La cultura y la educación abrieron paso a nuevas formas de expresión política. El pueblo hizo suya una consigna del líder ortodoxo Eduardo Chibás que sintetizaba las aspiraciones de independencia y justicia social de sus bases populares, y en contra de la corrupción: “¡Vergüenza contra dinero!”.