De la casa de América partió el cortejo fúnebre el 31 de julio. El pueblo tomó la ciudad. Algunos oficiales de la Marina se cuadraron a su paso; poco después estarían entre los mártires del 5 de Septiembre.
La muerte de Frank provocó una reacción popular espontánea de tal magnitud, que la ciudad se paralizó durante varios días. El entierro se convirtió en la mayor manifestación de rebeldía en la historia santiaguera hasta aquel instante: más de 20 cuadras de gente en apretada marcha, sin temor a lo que pudiese ocurrirle. Fue el primer conato de huelga general política, sin preparación ni control, con similares repercusiones en Camagüey y Santa Clara.
Hart apuntó al respecto: “Su obra póstuma fue el paro general que brotó de su cadáver. Es fácil decir: Oriente paró por la emoción. Pero sin una estrategia desenvuelta desde meses atrás, y una organización fortalecida por la unidad y la inteligencia, no hubiera podido canalizarse ese brote nacional. El carácter forjador de esa estrategia y creador de esa organización era Frank País” (Hart, 2006: 151 y 154).
Batista aprovechó la coyuntura y decretó la suspensión de las garantías constitucionales. Con Santiago paralizada, sus esbirros no tuvieron reparos en reprimir a 200 mujeres vestidas de negro, la mayoría muy jóvenes, que el 31 de julio protagonizaron una manifestación frente al palacio municipal de gobierno, donde le entregaban la llave de la ciudad al nuevo embajador de Estados Unidos, Earl E. T. Smith.
Llegaba para sustituir a Arthur Gardner, tan cuestionado por su amistad con el hombre que teñía de rojo a Cuba —al grado de jugar canasta varias veces a la semana en su finca— que Eisenhower se vio forzado a pedirle la renuncia. Smith era un corredor de inversiones con más de 30 años en la Bolsa de Nueva York, y durante la II Guerra Mundial sirvió como oficial del 8vo. Cuerpo de Inteligencia del Ejército.
Llevaba unos días en el país y no podía ser más impresionante su estreno. Cuando las mujeres intentaron romper el cordón policial, los carros de bomberos abrieron las mangueras para repelerlas con chorros de agua, mientras los policías y agentes de la Inteligencia militar las hacían retroceder con sus porras.
Al salir el embajador a la calle las cosas empeoraron: “Las madres de Santiago se pusieron histéricas y luchaban por llegar a mí. Nos dejó aterrados la innecesaria rudeza y brutalidad de la policía. Algunas mujeres fueron derribadas al suelo, otras fueron metidas en el coche celular de la policía” (Smith, 1983: 25).
Frank fue enterrado a las 11 a. m. del 1.º de agosto. Ese día su madre estaba cumpliendo 58 años de edad.