Artemisa es la tercera provincia con mayor número de implantes de células madres, gracias a la labor del equipo de medicina regenerativa del hospital de San Cristóbal.
Juana Cristina quiere vivir todos los días de su vida. Nada de quedarse quieta, sino trabajando, saberse activa. Un accidente automovilístico pretendió deshojarle los ánimos, pero ella encontró en la medicina regenerativa la manera de echar hojas nuevas y volver a empezar; así le ha ocurrido a más de 1 300 pacientes del Hospital General Docente Comandante Pinares.
La instalación nacida hace 32 años en San Cristóbal ha contagiado de optimismo a un gran número de personas, porque el tratamiento con células madre les ha cambiado el futuro: Domingo, Santiago, Emelina, Alfredo, Nelson y José Ramón, entre otros muchos, confirman que no se trata de teorías o expectativas sino de una maravillosa realidad.
¡Terceros en el país!
De acuerdo con la doctora Anadely Gámez, en mayo de 2009 prendió la llama regenerativa en el hospital sancristobalense. Tras una intensa capacitación, incursionaron en la también llamada ingeniería de tejidos. Ya al concluir el año 2013, Artemisa se convirtió en la tercera provincia según el número de casos implantados.
“Más de mil pacientes han recibido tratamiento con células mononucleares y más de 300 con lisados plaquetarios. La primera de estas modalidades alude al empleo de células obtenidas del propio organismo, en sangre periférica, después de la estimulación de la médula ósea, y la segunda consiste en el uso de un producto biológico a partir de plaquetas autólogas o alogénicas.
“Las células mononucleares han sido implantadas a más de 800 pacientes de ortopedia, 225 de angiología, 70 de oftalmología (úlceras corneales) y 41 de urología (enfermedad de La Peyronie).
“En consonancia con el Lineamiento 158, en 2013 decidimos conjugar la medicina natural y tradicional con el implante de células madre, para tratar enfermedades neurodegenerativas. Desde entonces se les han implantado a nueve pacientes con esclerosis lateral amiotrófica, a cuatro con esclerosis múltiple (en colaboración con Villa Clara y Matanzas) y a 20 de cirugía estética.
“Recientemente comenzamos a tratar con lisado plaquetario a pacientes con fisura anal y fístulas abdominales. Aunque el número de casos es reducido y muy corto el período evaluado, los resultados alientan, al evitar la intervención quirúrgica”.
Por si no bastara, aumentan el grado de confiabilidad y excelencia al implementar las buenas prácticas clínicas en estos procedimientos.
No hay precio alguno
Sin embargo, la coordinadora de este proceder señala la obligación del equipo de hablarle con objetividad a quien acude a ellos: “No podemos ilusionarle con que el éxito es seguro en el ciento por ciento de los casos, sino decirle que estas son investigaciones cuasi experimentales y la evolución ha sido muy favorable”.
La joven hematóloga transpira orgullo por la labor de ese colectivo. Menciona la satisfacción de los tratados por la enfermedad de La Peyronie (una banda fibrosa en el pene le provoca una curvatura o que se desvíe durante la erección, e incluso puede imposibilitar la penetración o hacer que la erección resulte dolorosa).
“Vienen desde Pinar del Río, La Habana, Matanzas… generalmente solos. El mejor signo de su curación es cuando regresan y traen a un amigo o familiar. No hay pago similar a esa frase de ‘me siento mejor’, tanto en este padecimiento como en los de rodilla, cadera y otros”.
En cambio, el tratamiento puede costar al Estado hasta 30 000 dólares, reveló Porfirio Hernández, coordinador nacional de la especialidad. Ni siquiera todos los países desarrollados aplican esta tecnología; tampoco está extendida a la mayor parte de sus hospitales, agregó.
A los cubanos no les cuesta nada, apenas premiar con su felicidad a los autores de cada nuevo triunfo. “Que alguien vuelva a caminar no tiene precio”, asegura Anadely Gámez.
Bien lo sabe Juana Cristina Gómez. Había perdido el cartílago articular de la rodilla derecha, tras un accidente. “No podía apoyar el pie”. Le colocaron un yeso y empeoró; habría que operarla, pero en el hospital de San Cristóbal le aplicaron lisado plaquetario.
“Me mandaron un mes de reposo, y yo solo descansé un día. No podía estar arriba de una cama, si me sentía bien. Empecé a andar despacito dentro de la casa; quería volver al trabajo. Por eso, cada vez que alguien se me acerca con un problema, le cuento lo que me sucedió a mí. ‘Hágalo, que yo lo hice y me dio un resultado inmenso’”.
Bota la muleta
Esther Díaz, Omar Fernández, Matilde Vázquez y Marianela Díaz se encomendaron al dominio de la nueva tecnología por estos galenos. El día de la visita de nuestro equipo de reporteros, cada uno de ellos recibió el pinchazo en el que tantas esperanzas depositaron.
Han escuchado muchas historias, quizás como la de Alfredo Amaro, a quien le iban a amputar el pie, o la de Santiago Díaz, que estuvo dos años sin caminar y le esperaba una operación a rodilla abierta, pero en lugar de ir al quirófano recurrieron al fructífero tratamiento.
¡Cuántas historias ha labrado este equipo! Emelina Mesa habla con gratitud hacia ellos, “desde el enfermero, el laboratorista, la hematóloga, el doctor Pelli… todos trabajan en unión”.
José Ramón Vega había perdido la movilidad del pie, ya ni podía montar bicicleta ni soportar el dolor. Estaba condenado a usar una prótesis, y se preguntaba cómo, con 33 años, en plena juventud. “Entonces, me implantaron con células madre, y aquí estoy, con una movilidad tremenda. Doy gracias a esta familia que nos trata con mucho cariño”.
Cuenta Domingo Hernández que él mismo se queda asombrado. “Soy imagenólogo: yo sé cómo estaba mi rodilla. Al mes, en la primera radiografía, encontramos la regeneración esperada y, como dice la canción, boté la muleta y el bastón y salí a bailar el son”.
Los logros de esta treintena de investigadores se reflejan en trabajos científicos; premios como el Anual Provincial de Salud, el de Investigación del Citma y del Fórum de Ciencia y Técnica; en mantener la condición de Colectivo Moral, por más de 5 años; en contribuir con la obtención de la sede del 26 de julio; y, sobre todo, en cartas y expresiones de gratitud y reconocimiento de los pacientes.