La bióloga molecular Susana González acaba de recibir dos millones de euros de la UE por un experimento que abre la puerta al rejuvenecimiento de corazones de personas ancianas o enfermas.
El equipo de González ha observado que, si se apaga un gen en su corazón, los ratones desarrollan una cardiomiopatía dilatada, una enfermedad que afecta a una de cada 2.500 personas adultas. Es la principal causa de insuficiencia cardiaca y el motivo más frecuente para requerir un trasplante de corazón.
“El corazón aumenta de tamaño, se convierte prácticamente en un balón, sin capacidad de bombear, y los pulmones se encharcan de sangre”, explica González en su laboratorio del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC), en Madrid. “Muchos pacientes pasan directamente a estar en las listas de trasplantes, porque no se puede hacer nada con ellos”, lamenta.
El experimento que ha merecido dos millones de euros es sofisticado. Cualquier célula del cuerpo, ya sea del cerebro o de los genitales, tiene el mismo genoma, el mismo libro de instrucciones con unos 30.000 genes. Que la célula lea una página u otra depende de la epigenética, una especie de manos químicas que señalan dónde hay que leer. Son dedos que apagan y encienden genes, anulando o activando sus funciones.
El grupo de González modificó genéticamente un ratón para desactivar uno de sus genes, el Bmi1, solo en las células de su corazón. Este apagón hace que no se produzca la proteína Bmi1, un regulador epigenético que actúa como un interruptor del ADN del ratón. Su ausencia provoca la aparición de la cardiomiopatía dilatada. Con ese gen fuera de juego, el corazón del ratón envejece en un mes el equivalente a 50 años humanos. El órgano se convierte en una pelota, sus pulmones se encharcan y muere.
La investigadora ha cosido un ratón sano a otro con insuficiencia cardiaca. Al cabo de un mes el roedor enfermo estaba recuperado.
Pero González recurrió a un ensayo ingenioso: cosió el ratón, modificado genéticamente para tener el corazón como un balón, a un hermano sano de la misma camada. En solo un mes compartiendo sangre, pegados como siameses en lo que técnicamente se conoce como parabiosis, el roedor envejecido había recuperado su corazón.
“La regresión de la cardiomiopatía dilatada es posible”, celebra la científica. Una primera parte de su hallazgo se publicó en marzo en la revista Nature Communicationes.
“El ratón tenía un corazón enorme, estaba para morirse, pero al coserle a un hermano de camada, algo del torrente sanguíneo del hermano sano pasó al enfermo y permitió recuperarlo, rejuvenecer su corazón. Evidentemente es algo que tendrá que ver con el Bmi1, pero todavía no sabemos qué es, para eso nos ha dado el dinero la UE”, explica González. La ayuda es una subvención del Consejo Europeo de Investigación para científicos de excelencia que están consolidando su carrera.
Durante cinco años, la bióloga molecular, jefa del Grupo de Envejecimiento Cardiaco del CNIC, dedicará los dos millones de euros a intentar identificar la molécula natural que rejuveneció el corazón del ratón. Una vez encontrada, el objetivo final sería buscar un fármaco que consiga lo mismo y se pueda trasladar a las personas para rejuvenecer el corazón de los enfermos. “Nosotros estamos en la parte inicial, será un camino largo”, admite González.