Un equipo de científicos de la Universidad de Drexel en Filadelfia (EE.UU.), en colaboración con otras instituciones, ha desarrollado unos robots microscópicos y magnéticos que pueden mezclarse con el torrente sanguíneo y tienen la capacidad de limpiar las arterias obstruidas.
Estos microrrobots, a los que los investigadores han bautizado con el nombre de microswimmers o micronadadores, tienen un tamaño de escala nanométrica, por lo que pueden viajar a través de la sangre.
Se componen de dos o tres perlas de dióxido de hierro unidas entre sí mediante enlaces químicos y fuerza magnética, y se mueven gracias a un campo magnético ejercido desde el exterior. Las perlas son biodegradables e inorgánicas para evitar desencadenar en el cuerpo una respuesta autoinmune y que el organismo las rechace.
Debido a su forma y composición, los microswimmers generan una rotación que hace que la estructura se mueva como un sacacorchos. Los científicos pueden tomar el control del campo magnético, lo que les permite dirigir la velocidad y la dirección de los robots para ir despejando las zonas de las arterias en las que se ha producido un estrechamiento.
Además, los investigadores pueden ajustar el tamaño y de la superficie a tratar de cualquier tipo de oclusión arterial con mucha precisión.
Una vez que la vía ha sido limpiada, los microrrobots aplican medicamentos anticoagulantes para evitar que se vuelvan a formar obstrucciones en el futuro.
El uso de los robots nadadores microscópicos podrían sustituir en el futuro a dos de las técnicas más habituales para tratar la obstrucción de las arterias: los stents y la angioplastia.
Los stents son unos mecanismos similares a muelles que se colocan en las arterias para evitar que se obstruyan y garantizar que la sangre fluya. Por su parte, la angioplastia expande la arteria en la zona donde se ha producido un estrechamiento mediante una sonda inflable.
“Los tratamientos actuales para la oclusión total crónica tienen alrededor del 60% de éxito”, indica Minjun Kim, profesor de la Universidad de Drexel. “Creemos que el método que estamos desarrollando podría tener una tasa de éxito de entre el 80 y el 90%, y posiblemente reduciría el tiempo de recuperación del paciente”.
El equipo empezará a probar la tecnología en el laboratorio y los entornos clínicos en los próximos cuatro años.